domingo, 31 de diciembre de 2006

Propósitos para el 2007

Luis-Fernando Valdés

Está llegando el fin de año. Muchos se apresuran a hacer las últimas compras para el festejo de esta noche. Otros más se alistan para formular los propósitos para el nuevo periodo del calendario. Mientras los primeros tienen productos para escoger entre el sin fin de ofertas de un supermercado, los segundos quizá suelen batallar más para encontrar unas metas que orienten sus esfuerzos del próximo año. Para ayudar a estos últimos consumidores, hoy les ofrezco un repertorio de propósitos para que elijan el que más se acomode a su jerarquía de valores.
“Propósitos saludables”. Se trata de intentar ganar hábitos que ayuden a mejorar su salud corporal y su condición física. Muy loables. Pero los platillos de nochevieja y el frío de enero no son siempre buenos estímulos para empezar.
“Propósitos estéticos”. Parecidos a los anteriores, estas formulaciones buscan el objetivo de tener una forma corporal atractiva. Se combinan dietas bajas en grasas y asistencia frecuente al gimnasio. A pesar del frío, el deseo de verse bien puede ser un motivo poderoso para poner estas resoluciones en marcha.
Los anteriores son quizá los más frecuentes. Los que se presentan a continuación buscan que ensanchemos nuestras miras y recordemos que también tenemos la responsabilidad de cultivar nuestros aspectos sociales y espirituales.
“Propósitos académicos”. El estudio es la gran oportunidad que tenemos todos de mostrar que valoramos a nuestro País. Cuando un alumno se esfuerza por obtener buenas notas, no sólo gana él, sino que beneficia a toda la Nación, porque sube el nivel intelectual nacional. En sentido estricto, se podría afirmar que, para cada alumno estudiar es una obligación fuerte, de la que tiene que dar cuentas a todos los ciudadanos. Ojalá muchos se planteen ser cumplidos con sus tareas y exámenes.
“Propósitos de honestidad”. Así como hay personas que tienen una salud muy precaria por el tabaquismo, y más que un propósito requieren un tratamiento especial para desarraigar su mal hábito, de igual manera nuestra sociedad mexicana está asfixiada de corrupción, y se requiere de algo más que un deseo genérico. Ojalá este año dejemos de consumir productos piratas, de acortar trámites con sobornos ( “mordidas”), de copiar calificaciones, de ofrecer productos sin calidad.
“Propósitos de paz”. La paz social, que nuestra Patria exige, no surge de frases bonitas ni de discursos vacíos. Esa soñada paz vendrá cuando cada uno la tengamos en nuestras conciencias. Pero nos alimentamos de violencia. ¿Cuántos homicidios vio usted en las películas que vio durante este año que hoy acaba? ¿Cuántas horas de video juegos violentos jugaron sus hijos? Por aquí vendría bien generar algunas metas.
Pero la paz exige un esfuerzo mayor, pues requiere de un proceso de reconciliación. Es decir, que se requiere de que haya uno que pida perdón primero, y que otro también pida disculpas, pues en los grandes y en los pequeños conflictos. Estos son los mejores propósitos: disculparse y aceptar las disculpas de nuestros seres queridos, acabar con los rencores acumulados hacia los vecinos, los amigos y colegas.
La honestidad y la paz son más difíciles que vivir una dieta o levantarse a correr. Si dejar de comer requiere algo más que buena voluntad, evitar la corrupción y la violencia no se puede sin la recurrir a la vida espiritual. Es justo es estos temas, cuando “palpamos” la necesidad de acudir a Dios. Lo invito a volver a Dios, si de él se encuentra lejos: es el mejor de los propósitos, el “espiritual”.

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domingo, 24 de diciembre de 2006

El auténtico sentido de la Navidad

Luis-Fernando Valdés

Con gran alegría, iniciamos hoy los festejos de la Navidad. Se trata de una festividad cristiana, que en su origen tiene un carácter religioso. Conmemoramos que el Hijo de Dios, sin dejar su condición divina, se ha hecho ser humano como nosotros. Pero ¿este sentido religioso de la Navidad sigue siendo válido hoy día?
Parecería que el sentido espiritual de esta fiesta hubiera sido desplazado por un carácter meramente social. La Navidad se ha convertido quizá en una fecha entrañable para muchas personas, solamente porque es motivo de reuniones familiares y de intercambio de regalos. Sin embargo, es espiritual el sentido de esta convivencia.
«Noche de paz, noche de amor». Así es descrita la Navidad por un popular villancico, que canta que posible conseguir esa paz y ese amor, porque celebramos que ha nacido el Único que es capaz de darnos la tranquilidad anhelada y el cariño verdadero. La alegría profunda de este día consiste en que Jesús de Nazaret descubre la presencia única de Dios entre nosotros. En Cristo resplandece la cercanía de Dios, porque «en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad» (Colosenses 2, 9).
Al mismo tiempo, en Cristo adquiere sentido la vida del hombre. La figura de Jesús Nazareno interpela a cada hombre y a cada mujer, porque su persona y su vida son portadoras de sentido: en Él, el hombre descubre a Dios y se descubre a sí mismo. Sólo en Cristo, los aspectos centrales de la existencia humana adquieren sentido. Las acciones y las palabras de Jesús resuelven el «para qué» de nuestra relación con los demás, el sentido del trabajo, la finalidad de la libertad, la razón de la esperanza y el sentido de la historia. Sólo en Él hay una explicación a la soledad, a la presencia del mal, del dolor y de la muerte.
Pero para encontrar personalmente el sentido a la vida, hace falta que cada uno «abra su corazón» a Cristo. Es decir, se trata tener un encuentro personal con Jesús, que consiste en preguntarse si Jesús de Nazaret es digno de ser creído. Y para eso se requiere la disposición interior de aceptar a ese «Otro», de dejar que sus palabras sean la guía de nuestras vidas, y de que sus acciones sean la medida de las nuestras.
Celebrar la Navidad y no tomar en cuenta los hechos y los dichos de Jesús sería una contradicción. El festejo auténtico consiste en imitar a Cristo, a quien hoy celebramos. Si Jesús predicó perdonar a los enemigos (Mateo 5, 44) y dio ejemplo de perdonar a los verdugos que lo crucificaron (Lucas 23, 34), ¿cómo podemos celebrar su natalicio sin antes perdonar a los que nos hicieron el mal?
Cristo predicó que Dios es un Padre rico en misericordia (Lucas 15, 11). Sólo Jesús sabe lo que hay en el corazón del hombre, y conoce que junto con nuestros sinceros deseos de ser mejores personas, conviven las miserias más vergonzosas. Y, se hizo hombre para perdonarnos y levantarnos. ¿Cómo celebrar sinceramente la Navidad, sin recurrir al perdón de Dios?
El aspecto espiritual de la Navidad es actual, porque sólo Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, puede dar sentido a nuestra vida. La auténtica paz y el amor verdadero proceden de un corazón que se deja interpelar por el ejemplo y el mensaje de Cristo. Por eso, para que mañana sea una jornada de festejos, es necesario que hoy sea un tiempo de reflexión personal: ¿dejo entrar en mi vida al Salvador? ¿estoy dispuesto a adaptar mi modo de ser a sus enseñanzas?
De todo corazón, les deseo a todos los lectores una Santa Navidad llena de Dios.

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domingo, 17 de diciembre de 2006

Premian a defensores de migrantes

Luis-Fernando Valdés

El pasado martes 12 de este mes, el Presidente Felipe Calderón entregó el Premio Nacional de Derechos Humanos 2006 a la abogada estadounidense de origen mexicano Isabel García y al reverendo norteamericano Robin Hoover, quienes ayudan a los inmigrantes en Arizona (EEUU), así como al sacerdote católico italiano Florenzo Rigoni, quien socorre a los indocumentados en la frontera de México con Guatemala. Estos reconocimientos por parte del Estado Mexicano son una señal de que los problemas de los derechos de los migrantes en la frontera sur de nuestro País son tan graves como los de la frontera norte. Ambos casos reclaman más solidaridad y más justicia.
Esa solidaridad no puede provenir únicamente del sector público. También los particulares deben prestar su ayuda a los que sufren por salir de su país. Este es el caso del Padre Florenzo Rigoni, quien desde hace 10 años mantiene un albergue en Tapachula, Chiapas, al que llegan mujeres y hombres centroamericanos que pretenden escapar de la pobreza en sus países. El P. Rigoni, que en nuestra Patria adoptó el nombre de Flor María, los recibe en este refugio para que tomen aliento y decidan continuar su camino o regresar. Este sacerdote forma parte de la Congregación de los Misioneros de San Carlos Scalabrinianos, que es una comunidad internacional de religiosos, hermanos y sacerdotes, fundada en Italia en 1987 por el beato Juan Bautista Scalabrini, y cuya misión consiste en ayudar a los migrantes.
Por su parte, la abogada García Gámez se ha dedicado por años a proteger en Arizona los derechos de miles de migrantes mexicanos y centroamericanos, principalmente, denunciando abusos y atropellos y dándoles orientación jurídica. Mientras que el Revdo. Hoover y la Organización “Humane Bordeas” se dedican a otorgar ayuda humanitaria a quienes arriesgan su vida al intentar cruzar el desierto de Arizona.
En el panorama de la migración hacia nuestro País, hay unos tonos muy oscuros de corrupción y de violencia. El P. Rigoni, en una entrevista a “El Universal”, contaba la dura experiencia de atender a mujeres atacadas y ultrajadas en los caminos. Pero en este cuadro también brilla un claro fondo cristiano. Movidos por la fe en Cristo, muchos hombres y mujeres, ayudados por otros tantos quizá no creyentes, dedican su vida a ayudar a los migrantes.
Así, al recibir el Premio, el religioso italiano expresó ante el Presidente Calderón que “el derecho, la ayuda humanitaria, la religión, la solidaridad se encuentran sellados, sellando mujeres y hombres de buena voluntad que queremos construir juntos un arcoiris de paz y de convivencia”. Por su parte, el Primer Mandatario señaló que se estaba reconociendo la labor de "unos buenos samaritanos que han ayudado a quienes no conocen. Me solidarizo y me adhiero a quienes se oponen a los intentos de considerar como un crimen la búsqueda de oportunidades de trabajo, y no aceptamos que se pretenda dar un trato de delincuentes a gente honesta y trabajadora".
Estos Premios de Derechos Humanos son una señal de que aún nos falta aprender a vivir la solidaridad con los migrantes. Y el ejemplo de estos galardonados es una muestra de que la fe religiosa es impulso poderoso para luchar contra la injusticia y para aliviar el sufrimiento de los hermanos que salen de sus naciones, en busca de mejores oportunidades. Para un creyente no cabe la indiferencia ante el dolor de los migrantes. Ha llegado ya la hora de mirar a la frontera sur, para exigir respeto hacia los migrantes que vienen a nuestra Nación.

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domingo, 10 de diciembre de 2006

La Guadalupana, 475 años después

Luis-Fernando Valdés

El próximo marte nuestro País estará de júbilo por el 475 aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Millones acudirán a la Basílica, y otros tantos más lo celebraremos en nuestras ciudades. Esta milagrosa Imagen es un símbolo importante de nuestra historia nacional, pero ¿cuántos creyentes son concientes del verdadero significado de la Guadalupana? ¿en cuántos esta religiosidad influye para ser mejores ciudadanos? A la vista de esto, conviene preguntar: ¿la Virgen del Tepeyac es una mera costumbre o es una devoción viva, que lleva al compromiso personal?
En su libro «Siglo de Caudillos», el historiador Enrique Krauze menciona que los diversos Presidentes mexicanos del s. XIX tenían claro que interferir en la devoción a la Virgen de Guadalupe equivaldría a incitar a una revuelta incontrolable. Sabían que cada mexicano se sentía plenamente identificado con la Señora del Tepeyac, que Ella era parte de su sensibilidad. Recordaban quizá que, tras el estandarte guadalupano empuñado por el Cura Hidalgo, salió una multitud enardecida a luchar por la Independencia. Pero hoy día todo eso parecería ser parte de la historia, hasta se podría pensar que ha cambiado la sensibilidad de los mexicanos. Para ilustrarlo, haré referencia a un episodio reciente, pero sin intención de fomentar la violencia, ni de hablar de política. En el pasado verano, un partido político usó una imagen modificada de la Virgen, para manifestarse contra el resultado de las elecciones del 2 de julio, y no vimos una protesta generalizada ni tulmultuosa en el País. ¿Por qué esta reacción tan distinta en el s. XXI? ¿Qué ha pasado?
Posiblemente, esa reacción tan escasa es reflejo de la perdida del sentido religioso que ha ocurrido en la vida personal de muchos mexicanos. Ciertamente un porcentaje muy grande de ciudadanos se considera creyente, pero «creer» no significa solamente aceptar un credo, sino que implica compromenter la propia existencia para vivir de acuerdo con esas creencias. Y éste es el drama moral de nuestra sociedad: que nuestras creencias religiosas no influyen en nuestro modo de ver la vida, ni en nuestra conducta diaria. Quizá el Ayate del Tepeyec ha dejado de ser, para muchos, el símbolo de un compromiso vital.
Sin embargo, la auténtica devoción a la Guadalupana implica salir del ámbito de la propia conciencia, y reflejar en la vida pública las propias convicciones religiosas. Así lo expresó Juan Pablo II, cuando se cumplían los 450 años de las Apariciones: «Es necesario y urgente que la propia fe mariana y cristiana impulse a la acción generalizada en favor de la paz para unos pueblos que tanto están padeciendo; hay que poner en práctica medidas eficaces de justicia que superen la creciente distancia entre quienes viven en la opulencia y quienes carecen de lo más indispensable; (…) ha de restablecerse en la mente y en las acciones de todos la estima del valor supremo y tutela de la sacralidad de la vida; ha de eliminarse todo tipo de tortura que degrada al hombre, respetando integralmente los derechos humanos y religiosos de la persona» (Homilía, 12.XII.1981).
Les deseo de todo corazón, que la celebración de la fiesta de la Guadalupana, el próximo día 12, sea una ocasión de meditar en el compromiso personal de vivir personalmente la fe que profesamos, y que esas reflexiones nos ayuden a asumir la responsabilidad de manifestar esas convicciones en la vida diaria. Éste es el genuino sentido de la devoción guadalupana. Éste será el nuevo milagro de la Virgen Morena.

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domingo, 3 de diciembre de 2006

¡Sí se pudo!

Luis-Fernando Valdés

Tenía varios retos que superar. Un público enardecido en las calles de la Capital. Unas fuertes medidas de seguridad. Unas heridas históricas muy marcadas. Declaraciones mal interpretadas. Y, al final, supero las expectativas de propios y extraños.
Como bien supone Usted, me refiero al reciente viaje de Benedicto XVI a Turquía, que el New York Times calificó como exitoso. El primer obstáculo que el Papa tenía que superar eran los malentendidos que produjo una frase, sacada de contexto, de su discurso en Ratisbona en septiembre pasado, en la que aparentemente atacaba a Mahoma. Sin embargo, la verdad se impuso y, al final de esta viaje apostólico, una editoral del periódico Hurriyet, el mismo que criticó duramente aquel discurso, aseguró que el Pontífice es un personaje simpático a los ojos de la población. De este mismo sentir fue el comentario en diarios de otros países musulmanes.
El Papa mostró sus grandes cualidades humanas y diplomáticas, al emplear con acierto gestos de paz y buena voluntad. El más sonado ocurrió el jueves, cuando Benedicto XVI visitó la Mezquita Azul, uno de los principales lugares de culto musulman en ese país, pues ahí el Romano Pontífice meditó con los ojos cerrados y las manos juntas durante un minuto, mirando hacia la Meca. Esta señal fue tomada como muestra de reconciliación.
Además de este acercamiento con el mundo musulmán, esta gira papal tenía como objetivo central encontrarse con la pequeña comunidad católica de Turquía, y de dar pasos hacia la unidad con la Iglesia ortodoxa, con motivo de la fiesta del apóstol san Andrés, que se celebró el pasado 30 de noviembre. El balance también resultó muy favorable. El Patriarca Ecuménico, Bartolmé I, expresó que está convencido que esta visita pasará a la historia, porque ha sido un gran paso «para superar algunas de las barreras de incomprensión entre los creyentes de diferentes religiones, en particular entre cristianos y musulmanes».
Benedicto XVI habló con valentía de la libertad religiosa y de la paz. Manifestó su «certeza de que la libertad religiosa es una expresión fundamental de la libertad humana». Además, pidió que «las religiones no traten de ejercer directamente un poder político, porque no es su deber, y en particular, que renuncien absolutamente a justificar el recurso a la violencia como expresión legítima de la práctica religiosa".
A pesar de los fuertes dispositivos de seguridad que se desplegaron, y de las molestias que estas medidas causaron a los ciudadanos, al final el saldo fue favorable. El diario Aksam tituló su primera página así: «La temida visita del Papa concluyó con una sorpresa fantástica». Y el rotativo Milliyet tituló «La paz de Estambul». El Pontífice pidió perdón por las incomodidades que acarreó su visita, y declaró: «he pasado unos días muy bonitos aquí. Doy las gracias a toda la nación turca. He dejado una parte de mi corazón aquí». Por otra parte, en esta buena acogida al Santo Padre, hay que destacar la actitud paciente y hospitalaria del pueblo turco.
El balance de este viaje papal es muy favorable. Desde el punto de vista religioso, fomentó la unión entre cristianos y musulmanes, y dejó atrás los malos entendidos recientes. Además, tendió un puente entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa. Desde el punto de vista diplomático mostró que se puede dialogar, aunque las diferencias ideológicas sean muy grandes. Se confirma con hechos que el catolicismo es la religión del diálogo, de la superación de las diferencias. ¡Sí se pudo! ¡Sí se puede!

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domingo, 26 de noviembre de 2006

Testigos de la Esperanza

Luis-Fernando Valdés

En el debate cultural actual, se acusa al cristianismo de no responder a las inquietudes y expectativas de los hombres y mujeres de hoy, como si la doctrina y la moral católicas ya no fueran vigentes, como si no tuvieran ya nada que aportar para que las personas de nuestros días sean felices. Y, por su parte, los avances del mundo contemporáneo sacian las necesidades materiales, pero dejan al ser humano sin un sentido para su vida. El resultado es que mucha gente ya no tiene esperanza y vive con miedo. Este es el panorama que el Obispo de Querétaro, Mario De Gasperín, enfrenta en su reciente Carta Pastoral, titulada «Testigos de la esperanza», en la que muestra que el cristianismo tiene mucho que decir, a quienes aún no encuentran la verdadera felicidad.
Firmado el 1 de noviembre de este año, y presentada a la sociedad queretana el pasado día 20, el documento describe, en su primera parte, la actual crisis ética y social producida por el liberalismo mexicano, que ha conllevado un positivismo en el derecho y la moral, y han establecido un ambiente relativista respecto a la verdad (cfr. n. 2). Esta Carta Pastoral destaca la vuelta al paganismo, por parte de la sociedad, es decir, que el cristianismo es visto por el hombre contemporáneo como su enemigo (n. 2), porque se le atriburía falsamente a la fe católica que se opone a todo los humano y hace infeliz al hombre, de modo que su moral sería antinatural, restrictiva y opresora (n. 12). La consecuencia de una visión así es inmediata: buscar erradicar el catolicismo del país (n 11).
Luego Mons. De Gasperín expone la gran propuesta del cristianismo, que no sólo responde a esas acusaciones, sino también abre grandes horizontes de sentido para nuestras vidas. Siguiendo a Benedicto XVI, explica que «la fe y la ética cristiana no quieren sofocar, sino sanar, hacer fuerte y libre el amor». Por eso, los Mandamientos no son un «no», sino un gran «sí» a la vida (n. 16), porque el amor cristiano no nace de una obligación, de un deber, sino de un encuentro amoroso con Jesucristo (n. 17). El obispo queretano expone que el corazón de la fe cristiana es el amor, el cual no ha sido envenenado por las prohibiciones morales, sino elevado y orientado hacia su plenitud, hasta convertirlo en amor oblativo, en donación plena que comienza por los sentidos –«eros»–, pero que se purifica y transforma en «ágape» por la gracia de Cristo (n. 18). Esta elevación del amor es la aportación específica del cristianismo y un servicio grande que la Iglesia ofrece a la diginidad de la persona y de la humanidad; sin embargo, el laicismo convierte el amor humano en mercancía (n. 20).
En la segunda parte, este documento del magisterio episcopal explica la correcta relación entre el Estado y la Iglesia, y muestra cuál es la sana laicidad del Estado (n. 24) . Con gran valentía, Mons. De Gasperín recuerda que la participación en la política es un derecho y un deber –no una intromisión– de los fieles laicos católicos (nn. 29-30). Y también hace una propuesta para el diálogo realista y provechoso entre la Iglesia y el Estado, que tiene como punto de encuentro la ayuda que la fe presta a la razón, para que ésta desempeñe mejor su cometido (nn. 31-24).
Finalmente, el Obispo de Querétaro señala que la explicación última de la situación auctual es presentada por la Revelación divina como una lucha entre el bien y el mal, entre la muerte y la vida, en la que Jesucristo ya ha vencido y alienta nuestra esperanza (nn. 35-39). Y, por eso, invita a los hijos de la Iglesia a ser «Testigos de la Esperanza» (n. 40).

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domingo, 12 de noviembre de 2006

Celibato, ¿auto-realización o malestar?

Luis-Fernando Valdés

El pasado jueves 16 de este mes, Benedicto XVI se reunión con los jefes de la Curia Romana para reflexionar sobre las peticiones de dispensa de la obligación del celibato y las de readmisión al ministerio sacerdotal que han presentado los sacerdotes casados durante los últimos años. Tras ese encuentro, por una parte, la Santa Sede reafirmó “el valor de la elección del celibato sacerdotal según la tradición católica y se ha reiterado la exigencia de una sólida formación humana y cristiana tanto para los seminaristas como para los sacerdotes ya ordenados". Por otra, algunos vaticanistas, como la corresponsal del New York Times, se hicieron eco de quienes sostienen que una reunión de los altos cargos de la Iglesia es “síntoma de un profundo malestar en el interior de la Iglesia”. Son dos visiones opuestas: el celibato sacerdotal ¿es fuente de auto-realización o es el tributo que hay que pagar para ser clérigo?
Generalmente, cuando se busca dar respuesta a esta aporía, los argumentos proceden de la psicología o de la sociología, que tienen su valor, pero con la limitación de observar este fenómeno “desde fuera”. Pocas veces aparece en los medios una argumentación de tipo religioso, que es el contexto originario del celibato, y el motivo por el que miles de varones lo escogen como modo de vida. Hoy les ofrezco una explicación religiosa del celibato sacerdotal.
En primer lugar, hay que afirmar que el celibato da al sacerdote una libertad total para amar al Señor en cuerpo y alma. Es decir, el motivo para elegir este estado de vida es el amor a Dios. Se trata pues de una elección, realizada por amor. Por eso, para apreciar realmente este carisma, es importante entenderlo como un ejercicio de la libertad.
Juan Pablo II recordaba que el planteamiento, muy difundido, de que el celibato sacerdotal en la Iglesia Católica es una imposición legal procede de un malentendido histórico, que incluso es resultado de una “mala fe” (Carta, 8.IV.1979, n. 9). En primer lugar, el compromiso de celibato sacerdotal es la consecuencia de una decisión libre tomada después de varios años de preparación. Es un compromiso para toda la vida, aceptado con responsabilidad plena y personal. Este Papa subrayaba que “se trata de mantener la palabra dada a Cristo y a la Iglesia”. Es decir, es una cuestión de fidelidad que expresa madurez interior. Y esta madurez se manifiesta especialmente cuando esta decisión libre “encuentra dificultades, es puesta a prueba o expuesta a tentación” (cfr. ibidem).
Por ser fruto del ejercicio de la libertad, el sacerdocio lleva consigo un gran potencial para la auto‑realización. Con la ayuda que Dios da a los que ha llamado para este camino, el celibato puede dar al hombre que lo ha elegido esa plenitud que sólo gozan los que saben amar de verdad.Un prestigiado psiquiatra polaco, que ha trabajado largos años con sacerdotes, Wanda Poltawska, explica que la paternidad espiritual que conlleva el celibato sacerdotal, la alegría de dar el supremo don Dios a otros, “pone la dignidad sacerdotal sobre un plano tan alto en la jerarquía de posibilidades humanas, que no se puede comparar con ninguna otra cosa y no deja lugar para la frustración”.
No se puede ocultar que algunos presbíteros tienen problemas para vivir la entrega en el celibato. Pero la solución no consiste en suprimir este modo de vida, sino en redescubrir la libertad, que lleva a una entrega amorosa a Dios y a los demás. Darse en cuerpo y alma por amor, ahí está la fuente de auto-realización de los sacerdotes.

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Aporías de la Ley de Convivencia

Luis-Fernando Valdés

La Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó el jueves pasado el dictamen de la Ley de Sociedades de Convivencia, que equipara a las de parejas del mismo sexo con la figura del concubinato, y les otorga derechos sucesorios, de pensión alimenticia y el reconocimiento de que forman un hogar ante la ley. Aparente victoria de la democracia, pero que encierra unos problemas éticos y jurídicos que ponen en aprietos nuestra concepción misma del Derecho.
El Derecho tiene como finalidad ordenar las relaciones entres personas. Y para conseguirlo, el Derecho busca dar «lo justo» a cada uno. Lo justo es lo suyo de cada uno, lo que le corresponde, lo que les es debido: su derecho. Hay cosas que son justas «por naturaleza», como el derecho de los padres a educar a sus hijos. También hay cosas justas por un acto de la voluntad humana, por parte de los legisladores, como establecer la circulación de los coches por la derecha. De este modo, hay derechos naturales y derechos puestos por el hombre, (estos últimos son también conocidos como «lo justo positivo»). El «derecho positivo» depende de la voluntad humana. Pero ¿qué pasa cuando la voluntad humana establece una ley (derecho positivo) que va en contra de la naturaleza de las cosas o de las instituciones? ¿Se convierten en justas? En el caso que hoy comentamos, ¿la unión homosexual se convierte en buena o en natural por el hecho de que unos legisladores la hayan aprobado?
Entonces, el problema cambia del terreno jurídico pasa al ámbito ético. La Ética busca establecer cuáles son las acciones buenas, porque el hombre sólo es feliz cuando obra el bien. Y desde Aristóteles (s. IV. a. C.), los pensadores han visto que las acciones buenas son las que se realizan en conformidad con la naturaleza humana. La pregunta inicial se complica: ¿es natural la unión sexual y la convivencia sexual habitual entre personas del mismo género?
El centro de la cuestión está en qué entendemos por «naturaleza», por lo natural al hombre. Hoy día lo natural se reduce a lo cultural, de modo que la naturaleza humana sería lo que determinen las personas de cada época. Desde este punto de vista, lo natural serían sólo datos físicos, biológicos y sociológicos, que se pueden manipular mediante la técnica, según los intereses de cada quien. Y así, la cultura queda sin fundamento, pues no se podría apoyar en la naturaleza, y está a merced del poder. Esto es lo que acaba de suceder con la Ley de Convivencia, que niega que el matrimonio entre un varón y una mujer sea lo natural del ser humano.
Respeto la libertad de las conciencias, y a todos los que se definan a sí mismos como homosexuales, pero, como afirmó Aristóteles, «soy más amigo de la verdad que de Platón» (Ética a Nicómaco, I). No basta que los legisladores aprueben una ley para que lo aprobado sea verdadero. Por el honor de la Verdad, del Derecho y de la Ética, antes de aceptar la Ley de Convivencia se debe responder a las preguntas centrales del debate: si estas uniones homosexuales son lo justo, si son lo natural al ser humano, si son éticamente buenas, si son lo correcto. Afirmar que es cuestión de gustos, o de que cada quién haga lo que quiera, sería una respuesta muy superficial.
Gayo, el gran jurista clásico, enseñaba que «la ley civil puede corromper o alterar los derechos civiles, pero no los derechos naturales» (Inst., I, 158). Además de aprobar la Ley de Convivencia, la Asamblea Legislativa del DF ahora tiene el problema de definir no sólo qué es el matrimonio sino también qué son el derecho y la ética.

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domingo, 5 de noviembre de 2006

Oaxaca y la aspiración de paz

Luis-Fernando Valdés

Llevamos una semana al pendiente de los eventos de Oaxaca. Aunque el conflicto violento está claramente delimitado a unas calles de esa ciudad, todos tenemos la impresión de que esas escaramuzas afectan a todo el País. Tanto las pedradas como los gases lacrimógenos saca a la luz una gran carencia de nuestra Nación: la ausencia de una cultura de la paz. ¿Se podrá construir un duradero clima pacífico en nuestra Patria?
Los mexicanos no hemos sido educados para construir la paz. Quizá se nos ha formado para desearla, pero no nos han dado las herramientas para alcanzarla. ¿Cuántas personas tendrán claro lo que significa este valor? Si no hay un concepto de paz desde el cual partir, será difícil obtenerla.
La paz no es simplemente la ausencia de violencia. Tampoco es el mero equilibrio estable entre los diversos bandos que buscan el poder, o el control. Más bien la paz, se funda sobre una correcta concepción de quién es el ser humano. En efecto, se requiere en primer lugar reconocer que la persona humana tiene una variedad de dimensiones: espiritual, familiar, social, laboral, económica, etc. Cuando no se respeta alguno de estos ámbitos, se pone en gran peligro la paz. De ahí surge el famoso adagio: «la paz es fruto de la justicia», es decir, del respeto al equilibrio de todas estos aspectos de cada ser humano.
Quizá el primer punto que se suele atropellar es la dimensión espiritual del hombre. En todos los humanos hay un gran «deseo de paz», que alguno cuantos violentos tratan de perturbar, para conseguir sus fines personales. Sin restarle importancia a los otros aspectos, quisiera destacar que solemos pasar por alto el deseo religioso de paz. Y, sin embargo, solamente cuando tengamos una aspiración espiritual a la paz, podremos encontrar consenso entre los hombres para construir una cultura de la paz. Si el fundamento de la paz se busca en el bien económico o político, probablemente nunca lleguemos a encontrar esa «tranquilidad en el orden» (San Agustín), es decir, aquella situación que permite en definitiva respetar y realizar por completo la verdad del hombre.
Para formar una cultura de la paz, es indispensable retomar y fomentar el sentido espiritual de este valor. Y este modo de ver la vida no nos lo proporciona el Estado –pues no es ésa su función–, sino la parte religiosa del ser humano. De ahí la importancia de fomentar la práctica religiosa de los ciudadanos. Benedicto XVI explica que «Dios, sólo Dios, hace eficaz cada obra de bien y de paz» y que, en cambio, «la historia ha demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro» (Mensaje 1.I.2006).
La paz es uno de los valores centrales del cristianismo. En la Escritura, cuando se anuncia de la llegada del Mesías, se le llama «Príncipe de la paz» (Isaías 9, 7), cuya época se caracterizará por que las naciones «forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas» (Isaías 2, 4). Y Jesús, el Mesías considera bienaventurados a los que trabajan por la paz, y enseña que éstos «serán llamados hijos de Dios» (cfr. Mateo 5, 9). Jesucristo propone una ética de la convivencia, que se mueve por la dinámica del amor y no por la dialéctica de la lucha.
Cuando aparezcan hoy, en nuestras pantallas de televisión, las bombas molotov y los escudos antimotines de Oaxaca, no dejemos de reflexionar si no ha llegado el momento de cultivar, en serio, nuestros deseos espirituales que nos permitan ser auténticos sembradores de paz.

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domingo, 22 de octubre de 2006

Costo humano del muro fronterizo

Luis-Fernando Valdés

El pasado jueves 26 de octubre, el Presidente Bush firmó una ley que aprueba la construcción de un muro en la frontera sur de Estados Unidos. Pero, la historia enseña que todo muro tiene su costo, tanto económico como humano. Al final de la Primera Guerra Mundial, Francia construyó un sistema defensivo a lo largo de su frontera con Alemania, conocido como la «Línea Maginot». Su precio monetario fue muy alto, y no sirvió para detener la invasión nazi de la Segunda Guerra Mundial. Otro muro, el de Berlín (1945-1989) dividió un país en dos, dejó miembros de una misma familia en dos lados distintos. ¿Cuál será el costo del muro fronterizo de Estados Unidos?
Los especialistas señalaron que el posible costo de este muro supere los 7 mil millones de dólares. Se trata de una cifra extraordinaria, que muchos países menos desarrollados desearían para financiar programas sociales y de ayuda humanitaria. Sin embargo, este precio no es lo más importante, porque lo esencial en el asunto de la migración son las personas.
De igual manera, aunque cada país tiene derecho a decidir sobre el control de sus fronteras, así como cada familia tiene derecho a construir una barda para proteger su vivienda, el problema de la migración tampoco se puede enfocar como si fuera una cuestión de delincuencia.
Por lo tanto, el punto central de la migración no es únicamente el factor económico y ni solamente una cuestión de la seguridad de una nación. El núcleo de la cuestión migratoria es que se trata de seres humanos que se desplazan de un país pobre a un país rico, no como invasores bárbaros, que se deben detener o eliminar, sino como indigentes que buscan mejores oportunidades, y que se deben ayudar.
Una de la voces a favor de los migrantes, considerados como seres humanos, ha sido la de la Iglesia. En uno de sus documentos, esta Institución afirma que «los inmigrantes deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social» (Compendio de Doctrina Social, 298). ¿No parece más bien que el muro se erigirá como un ícono de que esos desplazados no serán recibidos como necesitados, sino como enemigos?
La Iglesia insiste en que «la regulación de los flujos migratorios según criterios de equidad y de equilibrio es una de las condiciones indispensables para conseguir que la inserción [de los migrantes, en el nuevo país] ser realice con las garantías que exige la dignidad de la persona humana». La equidad mencionada se refiere a dar oportunidad a los que no la han tenido en su lugar de origen. ¿Ésta equidad, en algún momento, ha sido puesta a debate, como un aspecto capital de la migración?
Por otra parte, las soluciones propuestas deben ver al migrante como un ser con dignidad. Es muy elocuente la declaración del presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, Mons. William Skylstad, quien afirma que los obispos de ese país se oponen a esta legislación «porque creemos que puede conducir a la muerte de inmigrantes que intenten ingresar a Estados Unidos y a un incremento de los casos de violencia relacionada al contrabando».
Mientras la persona humana no sea el centro del debate legislativo sobre migración, las soluciones siempre serán insatisfactorias. La solución a esta crisis migratoria debe incluir el «factor humano» como punto de negociación. En el fondo, la aprobación del muro delata una carencia muy grande: el ser humano ya tiene valor por sí mismo, sino sólo por su relación con la economía o la seguridad nacional.

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domingo, 15 de octubre de 2006

Enseñanza religiosa en Harvard

Luis-Fernando Valdés

Un comité de la Universidad de Harvard, famosa por ir a la vanguardia educativa y por tener ganadores del Premio Nobel entre sus profesores, realizó recientemente una investigación sobre los planes de estudios de los primeros cursos de las carreras de esta institución. Llama fuertemente la atención que la conclusión de este trabajo fue la recomendación de crear una asignatura obligatoria de religión. ¿No será esto un desafío a nuestro concepto mexicano de educación laica?
Primero veamos el motivo que aduce esta Universidad norteamericana. El informe de aquel comité señala que la educación liberal que se imparte en Harvard, a la que califica de «profundamente secular», no prepara adecuadamente a los alumnos para la vida fuera de la universidad. Se trata pues, de una razón de eficacia pedagógica, no de una cuestión ideológica. Los investigadores se han dado cuenta de que una parte importante de la vida real es la religión, y que sus alumnos no tenían herramientas para tratarla adecuadamente. Si observamos detenidamente, veremos que esta asignatura responde a un problema actual de cualquier sociedad occidental, con independencia de la ideología política. Entonces, no impartir a los alumnos de la asignatura de religión, ¿no será más bien una discriminación, la privación de una herramienta?
Ahora analicemos el motivo de esta decisión de Harvard. El objetivo de la asignatura es colocar a los estudiantes y profesores en el centro de los debates religiosos contemporáneos. La asignatura, que podría titularse «Razón y Fe», contendrá materias de política internacional, diálogo entre religión y ciencia, y religión como creencia personal. Según Louis Menand, profesor de Harvard y codirector del comité, «hace treinta años, cuando se revisó por última vez el plan de estudios, la gente nos habría dicho que la religión no era algo que debiera conocer todo el mundo. Hoy, muy pocos discutirían que es extremadamente importante en la vida moderna» (The Wall Street Journal, 5-09-2006).
Precisamente en estas semanas hemos sido testigos de cuánta gente ignora esos debates religiosos de hoy. En los pasados domingos hemos comentado los malentendidos que produjo, en el mundo musulmán, una interpretación superficial de un discurso del Papa Benedicto XVI, pronunciado durante su reciente viaje a Alemania. ¿No se habría evitado este conflicto si las personas tuvieran más cultura religiosa?
Una reflexión más. Todos tenemos miedo del fundamentalismo religioso, a todos nos atemoriza una «guerra santa». Pero, ¿cuál será la causa real del fundamentalismo? ¿el tener cultura sobre el tema de religión? ¿o ignorar qué es la religión? Nos persigue un fantasma: el prejuicio de que la religión genera división, malentendidos y violencia. Sin embargo, sólo cuando se tiene una buena base de conocimiento sobre la religión, se puede entrar en diálogo con las diversas religiones y acordar puntos comunes. Y ésta es la experiencia de la comisión de ecumenismo de la Santa Sede, que ha logrado acuerdos doctrinales comunes con otras Iglesias o comunidades eclesiales, precisamente en los puntos que hace unos siglos causaron serios enfrentamientos.
La educación en México debe cambiar de enfoque. Enseñar religión no constituiría una derrota para el Estado laico, ni representaría una victoria para la Iglesia. Sería un paso adelante para construir una verdadera sociedad tolerante, que conozca y estime las riquezas de este aspecto esencial de la vida del hombre. ¿Hasta cuando las ideologías y los prejuicios dejarán de impedir el progreso de una educación, que permita la sana convivencia?

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viernes, 6 de octubre de 2006

La familia ¿en cambio o en crisis?

Luis-Fernando Valdés

Hoy se clausura el Segundo Congreso sobre la Familia en nuesta Ciudad. Este evento nos da la oportunidad de reflexionar sobre la «crisis» de la familia. La sociedad mexicana está experimentando cambios fuertes en su modo de entender la estructura familiar. Mientras que algunas de esas variaciones sólo muestran que esta importante institución natural es una realidad histórica que evoluciona sanamente, hay otras que reflejan una verdadera crisis. ¿Cómo distinguir unos cambios de otros?
Para poder discernir cuáles transformaciones son buenas y cuáles constituyen un problema real, es necesario distinguir tres ámbitos. El primero está conformado por los cambios concretos que surgen de las nuevas condiciones sociales y culturales, que afectan a la familia como institución y a los diversos miembros que la integran. Hace medio siglo no todos los miembros de la familia tenía la posibilidad de cursar la Preparatoria. Tampoco era común que trabajaran tanto el padre como la madre. Esta evolución es inevitable y ordinariamente no tiene por qué ensombrecer la institución familiar; al contrario, es un factor de enriquecimiento. Pensemos cuánto se ha avanzado en el tema de la comunicación intrafamiliar, gracias a que todos los que la componen tienen un grado de educación más elevado que en épocas pasadas. Y, como es lógico, estos cambios educativos y laborarles modifican, en cierto modo, los roles familiares, respecto a los de la época de nuestros abuelos. Pero este tipo de variación no representa una crisis.
El segundo ámbito está formado por aquellas transformaciones que afectan la manera concreta de vivir de la familia. Hay nuevos modos de vida familiar que ayudan a que marido y mujer, padres e hijos, cumplan con su misión. Por ejemplo, es muy positivo la relación de igualdad entre los cónyuges, que ha dejado atrás los patriarcados o matriarcados. Ahora es frecuente que tanto el esposo como la esposa cuiden a los niños, y ambos colaboren con las tareas domésticas. También es una ganancia la confianza en el trato mutuo entre padres e hijos, que se refleja en el uso del «tú», por parte de los hijos, para dirigirse a sus padres.
Sin embargo, hay nuevos modos concretos de vivir que cuestionan la misma institución familiar. Esto sucede cuando se niega que el matrimonio sea el origen de la familia; por ejemplo, cuando se habla de la «pareja» para referirse a una unión provisional, cuando se defiende el divorcio, cuando se desprecia la procreación como misión esencial de los esposos, o cuando se niega el derecho de los padres a educar a sus hijos.
El tercer grupo de factores, que han llevado a un cambio en el concepto de familia, es el que afectan las formas concretas de entender y explicar lo que es y lo que debe ser la familia. Y éste es el punto que sí constituye la verdadera crisis. Se trata de teorías que sostienen que la familia no es una institución natural, y que no responde a un plan de Dios. Así, algunos autores niegan todo fundamento natural y estable de la familia, y la definen como una mera «institución cultural», que debe ir al ritmo de los cambios de la historia. Otros pensadores sostienen que la familia es producida por causas sociales.
Hoy día nos hace falta una sabiduría que nos permita entender los cambios de la familia, que llevan a los cónyuges y a los hijos a una mejor convivencia, a amarse más. Necesitamos una sapiencia profunda que nos ayude a comprender que la familia no es un producto cultural ni social, sino que responde al designio originario del Creador.

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domingo, 1 de octubre de 2006

Dialogan musulmanes con el Papa

Luis-Fernando Valdés

En un encuentro histórico, Benedicto XVI se reunió, el pasado 25 de junio, con diplomáticos de países de mayoría islámica. Esto líderes musulmanes acogieron favorablemente las palabras del Papa. Este encuentro tuvo un eco favorable en la prensa internacional, aunque la noticia no tuvo el mismo impacto en nuestro País. Les ofrezco un resumen del mensaje del Santo Padre y el eco de sus palabras en algunos medios de Estados Unidos e Italia.
El Romano Pontífice aludió brevemente al inicidente que dio lugar a los malentendidos, y de inmediato expresó «toda la estima y el profundo respeto que albergo por los creyentes musulmanes», y recordó que «desde el inicio de mi pontificado he manifestado mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, expresando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos». El Santo Padre subrayó que «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporal», porque «es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro». Reiteró que se requiere de este diálogo «para construir juntos el mundo de paz y fraternidad que anhelan ardientemente todos los hombres de buena voluntad».
Benedicto XVI insistió en que «cristianos y musulmanes deben aprender a trabajar juntos, como ya sucede en diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia». Y expuso que deben ser las propias autoridades religiosas y los políticos quienes deben guiarles y animarles, tanto a unos como a otros, para a actuar así. Y concluyó: «Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que, en la situación en que se encuentra hoy el mundo, los cristianos y los musulmanes tienen el deber de comprometerse para afrontar juntos los numerosos desafíos que se plantean a la humanidad, especialmente en lo que concierne a la defensa y la promoción de la dignidad del ser humano».
Las reacciones favorables no se hicieron esperar. Justo al terminar la ceremonia, Mohamed Nour Dachan, presidente de la Unión de las comunidades y organizaciones islámicas en Italia, regaló a Benedicto XVI una biografía de Mahoma y un mensaje en el que recordaba que, en ningún momento, los musulmanes italianos utilizaron la violencia para mostrar su desacuerdo con la Conferencia dictada en Ratisbona. Por su parte, el embajador de Irak ante la Santa Sede, Albert Yelda afirmó que este discurso «era lo que nos esperábamos. El Papa ha insistido en su profundo respeto por todos los musulmanes del mundo. Ahora ha llegado el momento de construir puentes».
No faltaron tampoco reacciones contrarias, como las de algunos clérigos iraníes que deseaban una retractación palabra por palabra. Sin embargo, el conocido vaticanista, George Weigel, escribió en el periódico «USA Today», que lejos de provocar un enfrentamiento, las palabras del Papa «han puesto sobre la mesa las cuestiones que tienen que ser debatidas, racionalmente, para evitar precisamente una confrontación: ¿Cómo imaginamos a Dios? y ¿cómo nuestras ideas sobre Dios forman el modo como vivimos?».
Y en el conocido diario italiano «L’Avvenire», Mimmo Muolo reflexionaba sobre el significado de que el Papa haya saludado pausadamente a cada uno de los 22 asistentes a la reunión. Y concluía ese hecho expresaba que en esta relación «no hay marcha atrás. Lo dicen también los gestos. No sólo las palabras».

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domingo, 24 de septiembre de 2006

El Papa, Mahoma y la prensa

Luis-Fernando Valdés

El discurso de Benedicto XVI pronunciado en la Universidad de Ratisbona, de la que fue Vicerrector y Catedrático de Teología, ha levantado una gran polémica con el mundo musulmán. Durante su discertación, el Santo Padre dijo esta frase: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas». Hoy les ofrezco un análisis de ese discurso para que veamos cómo las palabras del Papa fueron sacadas de contexto.
La conferencia de Benedicto XVI propone que se debe entender de una manera mejor la relación entre la fe y la razón, porque sólo de esa forma se puede llegar a un verdadero diálogo entre las culturas y las religiones, en una sociedad plural. En la conclusión del discurso, el Papa afirma que sólo cuando profundicemos en la racionalidad de la fe, podremos «lograr ese diálogo genuino de culturas y religiones que necesitamos con urgencia hoy. (…) Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar al diálogo con las culturas». Como se puede apreciar, se trata de todo lo contrario a un ataque a los musulmanes. Al contrario, es una defensa de la sensibilidad de todas las religiones, incluida la islámica.
Como hilo conductor de su ponencia, el Santo Padre emplea una frase del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, que dice: «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». Benedicto XVI utiliza esta expresión en varios momentos de su discurso para ilustrar que la fe no se opone a la razón. La usa tanto para indicar que en la fe bíblica hay una convicción de que Dios es «Logos» (razón), tal como afirma el Evangelio de San Juan (1, 1), como para refutar que las posturas que sostienen que Dios no está ligado ni siquiera a la verdad y al bien.
Como buen académico alemán, el Papa Ratzinger explica con mucho detalle el contexto de esa frase de Manuel II. En realidad, esos tres largos párrafos no influyen en la argumentación del discurso, sino sólo muestran la erudición del antiguo Vicerrector de la Universidad de Ratisbona. Veamos con detalle. El Santo Padre primero explica que la cita se encuentra en un diálogo que el emperador de Constantinopla mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam. En esa conversación, Manuel II argumentaba contra la conversión mediante la violencia, y sacó a colación el tema de la «yihad» (guerra santa). Y dijo: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». Para Manuel II, la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. Este emperador afirmaba: «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. (…) Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte…».
Como se puede ver, la frase principal no era la que se refiere a Mahoma, sino la que afirma que Dios está vinculado a la razón. Más aún, la expresión polémica no pertenece siquiera a la argumentación principal del discurso del Papa. Vemos así que sacar una frase de contexto puede generar grandes conflictos. Aprendamos la lección: debemos ser lectores más críticos, debemos leer los discursos completos, debemos estar más atentos a la verdad que la polémica.

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domingo, 17 de septiembre de 2006

El nuevo Papa viajero

Luis-Fernando Valdés

Benedicto XVI concluyó, el pasado día 14 de este mes, un viaje de cinco días a su natal Baviera. Este visita a Alemania nos mostró de nuevo que el Papa es un personaje entrañablemente humano, aunque algunos –durante su gestión como Prefecto de la Doctrina de la fe– se empeñaron en presentarlo como un despiadado defensor de la fe. Les ofrezco una breve reseña de estas jornadas, para resaltar los nobles sentimientos del Romano Pontífice.
El Santo Padre se mostró lleno de gratitud al visitar algunos lugares que han tenido una importancia fundamental en su vida. «En mi espíritu –manifestó– se agolpan en este momento muchos recuerdos de los años pasados en Munich y en Ratisbona: son recuerdos de personas y vicisitudes que han dejado en mí una huella profunda. Consciente de todo lo que he recibido, he venido aquí ante todo para expresar el profundo reconocimiento que experimento hacia todos los que han contribuido a formar mi personalidad en las décadas de mi vida» (Discurso, 9.IX.2006).
En el primer encuentro con sus paisanos, Benedicto XVI resaltó el papel fundamental de la familia, y exhortó a los católicos a la oración como fundamento de la unidad familiar.

«Por favor, rezad también en casa juntos: en la mesa y antes de ir a dormir. La oración nos lleva no sólo hacia Dios, sino también hacia el otro». 

Y explicó que la oración «es una fuerza de paz y de alegría. La vida de la familia se hace más festiva y adquiere un alcance más amplio si Dios está presente y si experimenta su cercanía en la oración» (Discurso, 10.IX.2006).
El pasado martes 12, participó en una celebración ecuménica en la catedral de Ratisbona. En el encuentro participaron representantes de las Iglesias luterana y ortodoxa de Baviera. Con un gran sentido de apertura, que ha estado en él desde siempre, el Santo Padre manifestó que esa ceremonia «es una hora de gratitud porque podemos rezar juntos y, de esta manera, dirigirnos al Señor, al mismo tiempo que crecemos en unidad entre nosotros».
Un momento importante de esta gira por Baviera fue la visita del Papa Benedicto, el miércoles 13, a la tumba de su padres y de su hermana María, acompañado por hermano mayor, también sacerdote, Mons. Georg Ratzinger. Vemos así que el camino cristiano, une el corazón de los creyentes con fuerza a su familia. Constatamos una vez más –como ya lo había mostrado Juan Pablo II– que el Romano Pontífice no es una figura amarga, sino llena de humanidad.
En el aeropuerto, el jueves 14, ya a punto de volver a Roma, el Papa Benedicto resumió el motivo espiritual de toda su visita: «Vine a Alemania para volver a proponer a mis compatriotas las eternas verdades del Evangelio y para confirmar a los creyentes en la adhesión a Cristo, Hijo de Dios, quien se hizo hombre para la salvación del mundo. Estoy convencido de que en Él, en su palabra, se encuentra el camino no sólo para alcanzar la felicidad eterna, sino también para construir un futuro digno del hombre ya en esta tierra» (Discurso, 14. IX.2006).
El Cardenal Ratzinger fue elegido Papa a los 78 años, mientras que Juan Pablo II tenía sólo 58 cuando recibió el Primado de la Iglesia. El Papa Benedicto visitará menos países que su recordado antecesor, pero en cada uno de los recorridos fuera de Italia que ha realizado, el actual Santo Padre ya nos ha dado muestras de que entiende lo que llevamos los contemporáneos en el corazón. Y nos ha animado a buscar la verdad y a luchar contra el desaliento. Benedicto XVI se ha convertido en el nuevo Testigo de Esperanza, en el nuevo Papa viajero.

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domingo, 10 de septiembre de 2006

La cuestión del género

Luis-Fernando Valdés

Las ideas mueven el mundo. Los contemporáneos de Sócrates le decían que, por filosofar todo el día, estaba en las nubes, fuera de la realidad cotidiana. Sin embargo, la verdad es que las ideas de los pensadores poco a poco influyen en el modo de vivir de toda una sociedad. Hoy quiero contarles cómo detrás de nuestro modo actual de considerar a la mujer, hay una filosofía que quizá no es el todo adecuada para responder a nuestras inquietudes más profundas.
Nuestra cultura ha alcanzado una gran sensibilidad para remarcar la igualdad entre varones y mujeres. Así, en un discurso público, muchos oradores se ven obligados a hablar a «los y las» estudiantes, a diferencia de hace una década, cuando el másculino plural –«los»– incluía a por igual a damas y caballeros. Se trata de un reflejo de los esfuerzos para disminuir la injusta discriminación que han sufrido las mujeres, durante siglos. Aunque hay una igualdad fundamental entre varón y mujer, porque ambos comparten ¬la misma naturaleza humana y tienen igual dignidad, no siempre se ha tomado en cuenta esta semejanza. Ya los antiguos griegos hablan una «physis», o sea, un sustrato común a todos humanos, pero no alcanzaron a vislumbrar esta igualdad de dignidad.
Por otra parte, la tradición judeo-cristiana enseña claramente esta radical semejanza, previa a la diferencia sexual: «Dios creó al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó” (Génesis 1, 26-27). Sin embargo, a pesar de los logros del cristianismo para que se valorara equitativamente a las mujeres, no se consiguió erradicar del todo la mentalidad discriminatoria.
Las tentativas para superar el problema continuaron, y los intentos de las últimas décadas para abolir la discriminación de la mujer han surgido de un contexto intelectual no cristiano. La primera de esta nuevas respuestas consiste en subrayar fuertemente la subordinación que ha sufrido mujer, a fin de suscitar una actitud de contestación que conquiste la igualdad. La mujer, para ser ella misma, se constituye en antagonista del hombre.
Este proceso lleva a una rivalidad entre los sexos y, entonces, los roles propios de la mujer, como la maternidad, dejan de valorarse como una fuente de afecto y realización, y se enfocan como una desventaja respecto al varón. Se propone que la mujer ejercite todo tipo de roles laborales, lo cual no es malo; sin embargo, esta respuesta no siempre consigue que la mujer se abra a otras ocupaciones, sin renunciar a sus específicos roles familiares y sociales.
Otra de las nuevas respuestas, para evitar la supremacía de uno u otro sexo, propone anular las diferencias, y las considera como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. Hace una distinción entre «sexo» y «género». El primero hace referencia a la mera diferencia corpórea, y el segundo señala una dimensión estrictamente cultural. Se busca liberar a la mujer del determinismo biológico del «sexo» (“naciste mujer”), mediante la elección personal de la propia preferencia sexual, o sea, del «género».
Pero las ideas mueven al mundo, y esta filosofía, que pretendía favorecer la igualdad de la mujer, a dado lugar a ideologías que cuestionan la existencia de la familia dado que naturalmente está compuesta de padre y madre, o que buscan la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad. Hacen falta pues nuevas ideas, porque el precio de defender la igualdad de la mujer no puede ser renunciar a lo femenino, ni a lo masculino, ni a la familia biparental.

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domingo, 3 de septiembre de 2006

Construir la paz

Luis-Fernando Valdés

Todos tenemos un gran anhelo de paz. Paz en nuestras familias, paz en nuestro país, paz en el mundo. Pero el hecho es que la paz tan deseada es inestable, y siempre está amenzada, hasta el punto de que algunos se preguntan con cierto escepticismo, si es posible la paz. Sí es posible conseguirla, pero tienen un precio.
El precio de la paz es alto porque consiste en revitalizar los valores que la hacen posible. Se trata de auténticos cambios personales y sociales que posibilitan el surgimiento de la paz. Los filósofos del Derecho consideran que se deben defender los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho, y se deben evitar las trampas del economicismo y la insolidaridad. Yo añadiría otros dos: la familia y la religión.
La familia es primordial para conseguir la paz, porque es fuente de afecto y de identidad. Muchas veces los conflictos surgen en ambientes donde el amor mutuo es muy bajo, o quizá nulo. Quién ha sido criado en un ambiente de amor, crece con autoestima alta, de modo que no ve en los demás un potencial enemigo, ni ve a los otros como causantes de su propia desgracia.
La familia da arraigo e identidad. Gracias a ella nos consideramos parte de una nación, de una cultura. En el seno familiar aprendemos una lengua común, y nos consideramos parte de una sociedad. Quien comparte sus valores con otros, vivirá en armonía con ellos. Lejos de ser un potencial agresor, será más bien una persona solidaria.
Por el contrario, como explica el filósofo español Jesús Ballesteros, «el desarraigo familiar con la consiguiente pérdida de vínculos afectivos es el mejor caldo de cultivo para el desarrollo de la violencia en sus diferentes formas, en cuanto elimina la conciencia moral, la convicción de la existencia de obligaciones con los otros, y facilita la manipulación de los distintos fanatismos».
Otro factor para conseguir la paz es la religión. Pero se requiere un repensar el papel de la religión como factor de paz, y en concreto, el del cristianismo como elemento de superación de conflictos. Ciertamente, desde la Reforma en el s. XVI, las diferentes religiones cristianas protagonizaron episodios muy lamentables, que alejaron de la paz y culminaron en conflictos bélicos. El origen de esas tragedia tuvo como causa importante la ingerencia de la política en la religión. Los siglos han pasado y las Iglesias cristianas han logrado bastante autonomía respecto al poder temporal, de modo que pueden proponer el cristianismo como un factor no político para conseguir la paz.
Explica Ballesteros que hay religiones cerradas, que se esfuerzan por lograr exclusivamente la solidaridad interna del grupo mediante la presión social, y que proyectan la culpa hacia el exterior a través del recurso a chivos expiatorios, siempre externos al grupo. Pero hay también religiones abiertas, que proponen como exigencia el amor universal, sin limitaciones espacio-temporales. El cristianismo es sin duda el paradigma de la religión abierta, ya que consiste en la imitación de Cristo, que asume las culpas de todos, y perdona a todos. El cristianismo propone la perfecta paz, la total negación de la violencia. Otra cosa es que desgraciadamente a veces se haya vivido de espaldas a su exigencia básica
Conseguir la paz es posible, pero requiere de un cambio profundo en nuestra comprensión de la familia y la religión. ¿Será posible paz si no revaloramos estos dos factores? Éste es el precio. Vale la pena.

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domingo, 27 de agosto de 2006

Irreverencias a la Guadalupana

Luis-Fernando Valdés

Desde hace más de un par de semanas, hemos visto todos cómo la venerada imagen de la Virgen de Guadalupe ha sido manipulada y usada por los algunos grupos políticos, como parte de sus campañas para impugnar las pasadas elecciones presidenciales. Estas personas, en nombre de la libertad de expresión, están hiriendo la sensibilidad de muchos mexicanos tanto católicos como no católicos. ¿Es correcto lo que están haciendo?
No lo es, en primer lugar, porque están haciendo una irreverente manipulación de su diseño original. Han cambiado la figura original, que está en oración, y la han presentado emitiendo su voto a favor de una opción política. Esta situación nunca había ocurrido, pues tanto en la Independencia y la Revolución de 1910, como en tantas otras causas sociales, la Virgen de Guadalupe fue tomada como protectora, pero jamás fue alterada su imagen original y se respetó su icono tal y como se apareció en el Tepeyac.
No es correcta esa acción, porque la imagen de la Guadalupana siempre ha sido factor de unidad de nuestro País, y el cuadro manipulado por estas personas presenta a una Virgen que excluye de su protección y maternidad a quienes tienen una preferencia política diferente. A lo largo de la Historia de nuestra Patria, los bandos en desacuerdo siempre han acudido a la misma imagen, sin atribuirse exclusividad: españoles, criollos y mestizos; conservadores y liberales; hacendados y campesinos; empresarios y obreros; los de izquierda y los de derecha. No es válido, por tanto, presentar a Santa María de Guadalupe como abogada de una causa partidista.
Esa manipulación tampoco es correcta porque ofende los sentimientos religiosos de millones de católicos. Los seres humanos recurrimos a símbolos materiales para expresar nuestra unión con una realidad transcendente, sobrenatural. Esos objetos –sean pinturas o esculturas– adquieren un respeto especial, porque evocan lo sagrado, y ayudan a que nuestros sentidos y nuestra mente se dirijan a lo divino. Por eso, cuando esos símbolos son empleados para otra finalidad no espiritual, se dice que han sido profanados. En este caso, los creyentes nos sentimos heridos al ver que la Sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe es presentada con la leyenda de “la madre de todos los plantones” .
Un argumento más para mostrar que esas acciones contra la imagen del Tepeyac son incorrectas. Nuestra Historia nos ha mostrado lo conveniente de la separación de la Iglesia y el Estado, en cuanto al ejercicio del poder temporal, y lo importante de que esta relación sea de mutua ayuda y colaboración para conseguir el bien común. Pero estas acciones recientes, lejos de buscar esta recta relación, la rompen porque están utilizando la religión para fines políticos.
Y, para terminar de abundar en el tema, esta manipulación no es correcta, porque el fin no justifica los medios. Para conseguir una víctoria electoral no se pueden poner medios ilícitos: no se puede matar, ni difamar, ni faltar al bien común. Y tampoco se puede abusar de la religión para obtenerla. Estas personas están empleando un ícono de la unidad moral del País para legitimar sus protestas electorales. Profanan lo religioso para conseguir un resultado político.
Todos los mexicanos, sin distinción, podemos acudir a la Virgen de Guadalupe, con sentido religioso, con veneración. Lo que no es correcto es tomar a la Guadalupana con fines ajenos a la religión y, mucho menos, profanar su figura con manipulaciones político-partidistas. Esos manipuladores, lejos de legitimar su causa, están mostrando que desconocen la historia y la sensibilidad del pueblo mexicano.

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domingo, 20 de agosto de 2006

Libros de educación sexual

Luis-Fernando Valdés

Durante la semana estuve pendiente de los comentarios de la prensa sobre los libros de educación sexual que se utilizarán en Primero de Secundaria. Me encontré con algunos editoriales que critican a las asociaciones de Padres de Familia que han protestado por el contenido de esos textos, como si esos papás propusieran que no se enseñara a los jóvenes la realidad de la sexualidad. Pero me parece que esos autores no han captado del todo el núcleo de aquellas protestas.
El fondo de los reclamos hacia esos libros es que separa la sexualidad del conjunto de la persona. Como bien apunta la editorialista Paz Fernández Cueto, el planteamiento de esos textos «disocia la sexualidad de la procreación, el amor del placer, el deseo de la responsabilidad, condicionando la bondad de la experiencia sexual al placer» (Reforma, 18.VIII.06).
En efecto, hay sofisma de fondo con el que se pretende introducir esos libros al mundo académico. La argucía consiste en que se presentan como libros «de biología», o sea textos «de ciencia», que nada tienen que ver con la moral, como si la sexualidad se pudiera desligar de la «ética». En realidad, no se puede separar la ética de la sexualidad, porque toda acción libre siempre es moral.
Las quejas sobre la educación sexual consiste en que se dé a conocer a los jóvenes el funcionamiento sexual, desligado del conjunto de la persona, de la familia y de la moral. Además, esos datos no siempre están de acuerdo con la madurez psciológica de los jóvenes y, por eso, pueden fácilmente llevar a la confusión o producir incluso el mismo efecto que la pornografía.
Algunos de esos libros inducen a disociar el placer sexual del amor. Dice uno de ellos: «otros autores vinculan al erotismo con el amor sin embargo, puede tenerse una experiencia erótica sin amor y con placer» (Ciencias 1 Biología, Ed. Macmillan). Esta invitación al mero erotismo distorciona la sexualidad humana, y transtorna el equilibrio psicoafectivo del adolescente: se le invita a que utilice el lenguaje corporal del amor, aunque en su mente y su corazón no exista ese afecto.
En otro libro se induce a buscar pornografía, aunque se le quiera encubrir de «trabajo de investigación». El texto de Científicas 1, de Grupo Editorial Norma, dice: «Investiga en la biblioteca o en Internet, la información necesaria para que en tu cuaderno ejemplifiques los mitos que existen sobre el autoerotismo y expliques por qué no causan daños físicos y psicológicos». O sea, le piden al joven de 12 o 13 años que busque en la red material sobre la masturbación. ¿Y, además de texto, qué va a encontrar sino imágenes eróticas? ¿Deja eso de ser pornografía sólo porque se está cumpliendo con un deber escolar?
Además, la calidad científica de algunos de esos libros deja mucho que desear. En los tratados de psicología siempre hay un capítulo sobre algunas disfunciones sexuales, llamadas parafilias, como lo son el fetichismo, el voyerismo, el exhibicionismo, etc. Contra toda ciencia, en el mencionado libro de Grupo Editorial Norma se sugieren prácticas parafílicas: «el placer erótico también se puede experimentar a través de imágenes, textos, sonidos, olores, texturas, y sabores en sujetos y objetos materiales o imaginarios».
Es necesario que los Padres de Familia, que son los primeros interesados en la educación de sus hijos, levanten su voz, y pidan que se revisen los programas y los textos de educación sexual, para que se enseñe una sexualidad encaminada al amor limpio y a la formación de una familia estable.

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domingo, 13 de agosto de 2006

Adicción al sexo

Luis-Fernando Valdés

Hoy amanecimos con la expectativa de la resolución del Trife. Pensaba ofrecerles, estimados lectores, una mini discertación sobre el Estado de derecho, pero hubiera parecido que tomaba partido en la disyuntiva de si se debe obedecer a la ley o al pueblo. Por eso, preferí seguir el ejemplo de un famoso columnista: en domingo, no hablar de «política» –pues nunca lo hago– sino sólo tratar de «cosas peores»: hablemos de ética.
Y para hacerles entretenido el momento de lectura, se me ocurrió escribir sobre un tema que va tomando tintes alarmantes. Se trata de una nueva adicción, la del sexo, que tiene consecuencias semejantes a las de otras adicciones más conocidas, como el alcohol, las drogas o las apuestas.
En reciente estudio sobre este tema, Patricia Matey afirma: «La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su transtorno: ruina económica, matrimonios rotos, problemas laborales, ansiedad y depresión».
Esta dependencia sexual se manifiesta de diversas formas: desde la masturbación compulsiva a los abusos sexuales, pasando por relaciones con múltiples parejas heterosexuales u homosexuales, encuentros con personas desconocidas, el recurso a la pornografía, la prostitución, el exhibicionismo, la pedofilia, el turismo sexual, y tantas otras más.
El origen de esta adicción, en la mayoría de los casos, se encuentra en la mente, donde las fantasías sexuales y los pensamientos eróticos se convierten en engañosas válvulas de escape de los problemas laborales, las relaciones rotas, la baja autoestima o la insatisfacción personal. Luego, esas imaginaciones se pasan al ámbito de la realidad práctica. Se empieza por cosas pequeñas, ligeras concesiones al placer, y se termina en prácticas que nunca se hubieran pensado realizar, y que causan un sufrimiento insoportable.
Así como el alcoholismo, la drogadicción y las apuestas terminan por destruir tanto al que padece estos vicios como a su familia, de igual manera en la adicción al sexo también alguién siempre termina pagando el alto costo emocional. Quien paga ese precio puede ser la persona que sintió que jugaron con sus sentimientos, o una creaturita abortada, o un matrimonio y unos hijos destrozados por un adulterio.
Aunque todas las personas del entorno de quien padece este vicio sufren mucho, el principal afectado es el que padece esta adicción. Es la víctima principal, porque sufre un transtorno fuerte en su vida, tanto como un alcohólico, aunque exteriormente quizá se note menos. Se destroza su capacidad de amar.
Al ver estas trágicas consecuencias, no reaccionamos con la misma fuerza que contra las drogas, aunque el resultado de la adicción sexual es el mismo. Todos apoyamos el slogan «di no a las drogas», todos apoyamos el combate al narco-menudeo. Pero nos quedamos callados y pasivos ante la «droga» de la pornografía en los medios de comunicación, o al sexo-menudeo del puesto de periódicos o de un lugar de exhibicionismo (table dance).
¿No será el momento de revalorar la virtud de la templanza en el placer sexual presente ya en la Grecia clásica, y en la tradición judeo-cristiana? ¿Ante esta adicción que afecta desde niños de primaria a hasta personas mayores, podemos seguir diciendo que es mogigatería hablar de educación de la afectividad, de castidad? Es tiempo de enseñar a amar.
Por cierto, ¿qué voy a hacer con mi borrador sobre el Estado de derecho? Escríbame.

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domingo, 6 de agosto de 2006

La «arrogancia» de la verdad

Luis-Fernando Valdés

En nuestra sociedad democrática hay un valor entendido: el derecho a expresar nuestros puntos de vista, sin que nadie nos reproche nuestro modo de pensar. Y para garantizar este derecho, hemos acordado que todos los diversos pareceres son válidos, aunque sean contradictorios entre sí. Sin embargo, ¿éste modo de proceder realmente garantiza la libertad de los individuos?
En un primer momento, cuando se pretende hablar de una verdad válida para todos, parecería que los que dicen tener razón terminarán atropellando a los que no piensan como ellos. Suena muy razonable afirmar que la verdad no puede estar por encima del hombre, sino que éste la establece, pues de este modo podemos convivir todos, sin necesidad de estar de acuerdo en nuestro modo de ver la vida.
Pero esta postura me recuerda el Caballo de Troya. Parecía un trofeo de guerra, un símbolo de victoria sobre los invasores, un monumento a la libertad. Y lo colocaron en medio de la ciudad, como si fuera la estatua de un dios. Y, al anochecer, salieron de él las tropas de asalto que rompieron las puertas de las murallas… y fue arrasada la población.
Rechazar la verdad como precio de la tolerancia es el Caballo de Troya de la cultura contemporánea. ¿Por qué? Porque acepta como un valor, a un factor que destruye el pilar sólido que sostiene a la dignidad humana. Ésta es la amarga herencia del siglo pasado: millones de muertos por las guerras mundiales y por los regímenes totalitarios. Si no existe la verdad sobre el ser humano, ¿cómo defenderlo de los tiranos?
Cuando el actual Papa era un joven sacerdote y Profesor de teología, se preguntaba si no era muy pretensioso afirmar que la verdad es posible de encontrar. «A lo largo de mi camino espiritual sentí muy fuerte como problema la cuestión de si no es realmente arrogancia decir que podemos conocer la verdad, teniendo en cuenta nuestras limitaciones». Incluso, como hijo de su tiempo se preguntaba si «quizá no era mejor suprimir esa categoría» (citado en Peter Seewald, Benedicto XVI. Una mirada cercana, p. 248).
Pero descubrió que el costo tanto intelectual como social era muy alto. El joven Ratzinger cuenta que «mientras seguía esos conceptos, podía observar, y también comprender, que la renuncia a la verdad no soluciona nada, sino que, por el contrario, lleva a una dictadura del relativismo» (Ibid., p. 249). ¿A qué se refería con eso de «dictadura»? A que somos nosotros los que definimos cómo son las cosas y las personas, y esa decisión es intercambiable, según nuestro parecer, que puede llegar a ser tiránico. De ahí se desprende este razonamiento: si el hombre puede decidir qué es el hombre y, si para algún poderoso un ser humano o un grupo social es considerado como indeseable, lo puede limitar o aniquilar. Por eso, advertía el entonces Profesor universitario, «el hombre pierde toda su dignidad si no puede conocer la verdad, si todo no es más que el producto de una decisión individual o colectiva» (Ibid).
La verdad parece arrogante, pues implica que unos tienen razón y otros no. Incluso parecería discriminación afirmar que alguien está equivocado. Sin embargo, sólo cuando hay un principio superior a cada uno, muchas veces sea difícil de entender o de visualizar, tenemos la garantía de que ninguno se impondrá arbitrariamente a los demás. Ese principio común, esa verdad sobre el hombre, que está por encima de la voluntad individual, es lo que llamamos dignidad. Entonces, la aparente arrogancia de la verdad no es sino el sustento real de la libertad individual.

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domingo, 30 de julio de 2006

Tolerancia e ideología

Luis-Fernando Valdés

La tolerancia está en peligro. Este pilar de la democracia se está convirtiendo en un pretexto para olvidarse de la verdad. Pero sin referencia a la verdad, la tolerancia se convierte en instrumento de las ideologías políticas, no en un valor auténticamente humano. Si pasamos revista a la historia, veremos que poco a poco a nombre de la tolerancia, los pensadores de occidente ha dejado de la lado la consideración de la verdad. Y el resultado ha sido que el hombre ha quedado atrapado en las ideologías que lo explotan.
Antes de la Reforma protestante (1517), el poder civil y el eclesiático convivían en una extraña simbiosis en Europa. La llamada «cristiandad» era un régimen temporal que abierto deliberadamente a la influencia del cristianismo. Aunque con ingerencias mutuas, convivían el poder civil y el espiritual, incluso hasta identificarse el ser cristiano con ser ciudadano.
Pero con la crisis religiosa de la Reforma protestante se vino abajo la cristiandad, y se llegó a un conflicto bélico. El tratado de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, y estableció la paz sobre un principio práctico, pero que es injusto: cujus regio, ejus religio, es decir, los pueblos profesarían la religión del Príncipe. Muy pronto se vio que ésta no era la solución, pues frecuentemente, en el territorio de un mismo Príncipe, había personas que confesaban credos distintos. Ya no coincidía el poder civil con el espiritual.
Algunos hombres, pertenecientes a diversas confesiones, y deseosos de reconstituir la unidad, propusieron algunas vías de reconciliación. Buscaron, en primer lugar, una solución en el orden doctrinal, pero desde la teología no se llegó a ningún acuerdo. Entonces, algunos de ellos sugirieron dejar de disputar en torno a los «dogmas» (es decir, interpretaciones fijas de la fe, obligatorias para todos), generadores de fanatismo, para atenerse modestamente al mensaje moral del Evangelio (según como cada uno lo pudiera entender). Se pasó de la verdad válida para todos a la verdad subjetiva.
La Ilustración partiría de estas raíces para desarrollar abiertamente el tema de la tolerancia. Los ilustrados partían de un agnosticismo que reduce toda afirmación acerca de Dios a una mera convicción subjetiva . Así la verdad religiosa seguía en el orden subjetivo, pero ahora quedaba fuera del ámbito de la razón y, por tanto, de lo verdadero. Pero en el siguiente paso, la situación se invirtió: la religión quedó al servicio del Estado. Jean-Jacques Rousseau, en su obra El Contrato Social (Parte IV, Cap. 8), afirmó que las opiniones de los súbditos no interesan a la comunidad. Lo que le importa al Estado, es que cada ciudadano «tenga una religión que le haga amar sus deberes». Ya no quedó ninguna referencia a la verdad, sino a la utilidad: servir al Estado.
Y esta es la herencia que recibimos. Seguimos en el pasado, con miedo a que hablar de la verdad religiosa desencadene guerras, o dé lugar a una supuesta quema de brujas. Y por eso, con la fuerza de un dogma, se nos enseña que para no pelear y para que haya armonía, debemos evitar tocar el tema de la verdad. Nos repiten, como un logro de la Ilustración, que la religión es sólo un mito, porque se tiene miedo quizá que alguno quiera imponerla violentamente a los demás.
En realidad, el costo de esta malentendida tolerancia ha sido forzarnos a renunciar a nuestra capacidad de conocer la verdad. Y así nos imponen las ideologías. Sólo quien se pregunta por la verdad, puede liberarse de las ideologías. Busquemos la auténtica tolerancia, aquella que no renuncia a la verdad, aquella que no solapa a las ideologías.

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domingo, 23 de julio de 2006

Educados en la violencia

Luis-Fernando Valdés

Al finalizar cada curso académico, hacemos balance y, junto a todos los logros, vemos que en nuestro país –y prácticamente en todos–la violencia en las escuelas no ha disminuido. Y tampoco las agresiones en los lugares de diversión han bajado. ¿Dónde está la solución? ¿Será suficiente aumentar el presupuesto educativo y promover una campaña publicitaria a favor del respeto?
La base del problema radica en la concepción que se tenga de la educación. Para los clásicos griegos, la «paideia» no se limitaba a sumistrar conocimientos teóricos, sino que intentaba también forjar el carácter de los niños y los jóvenes, mediante las virtudes. Aristóteles recomendaba la educación moral de los niños, para que no se convirtieran en seres rebeldes e incivilizado. Comparaba esa educación ética con el entrenamiento físico, y explicaba que igual que nos volvemos fuertes y diestros al hacer cosas que requieren fuerza y destreza, también nos volvemos buenos al practicar acciones buenas.
El Estagirita explicaba que habituarse a un buen comportamiento nos hace ser buenos, y entonces estamos en mejores condiciones de entender las ventajas y las razones de la bondad moral. Ese buen obrar moral sirve como entrenamiento para conseguir el control sobre las las malas inclinaciones de nuestra naturaleza y nos hace así seres humanos libres.
Estos principios educativos fueron la base incuestionable de la educación durante siglos en la historia de Occidente, hasta que filósofo y pedagogo ilustrado Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) revolucionó el concepto de educación. Este pensador consideraba que la naturaleza del niño era originariamente buena y libre de pecado. La educación debía proporcionar terreno donde florecer su innata buena naturaleza, sin necesidad de corregir nada.
«Cuando me imagino –escribía el pedagogo francés– a un niño de diez o doce años, sano, fuerte y bien desarrollado, sólo nacen en mí pensamientos agradables. Lo veo brillante, vehemente, vigoroso, despreocupado, absorto en el presente, regocijándose en su vitalidad. El único hábito que se le debería permitir adquirir es el no contraer ninguno, prepararlo para el reinado de la libertad y ejercicio de sus posibilidades».
Según este Autor, la moral no debía venir de códigos externos ni ser ordenada socialmente, pues eso sería un asalto al derecho del niño a desarrollarse libremente. Bastaba con motivarle a poner en acción sus sentimientos generosos, para así sacar a flote su auténtica y benevolente naturaleza: «Un niño no puede jamás ser acusado de maldad, porque la mala acción depende de la mala intención y eso él no lo tendrá nunca».
Es cierto que las ideas de Rousseau contribuyeron a humanizar la educación en una época de excesiva rigidez y dureza. Pero, seguramente, él mismo se sorprendería que la gran influencia que sus ideas han tenido en la pedagogía actual, ha derivado en un permisivismo casi radical: como nadie puede ser sometido a reglas, pues se traumaría, todos tienen permiso de hacer lo que deseen. De esta raíz surge la violencia: si nadie puede poner límites ¿quién va a impedir que un muchacho agreda a los demás? ¿quién va a detener el impulso de un joven hacia una mujer?
Haber abandonado la educación como formación en la virtud nos ha traído unos niveles de violencia y de fracaso escolar que nadie había imaginado. Dimos mucho crédito a quienes pensaban ahorrarnos a todos, y en especial a las nuevas generaciones, el esfuerzo diario por ser buenas personas. Y ese esfuerzo personal es precisamente la solución.

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domingo, 16 de julio de 2006

Familia e ideología

Luis-Fernando Valdés

Hace veinte años, se decía que para no entrar en discusiones, se debían evitar dos temas: la política y la religión. Hoy parece que se debería incluir un tercer tópico: la familia. Aunque todos estamos de acuerdo en que la familia es un valor fundamental, no todos pensamos lo mismo respecto a qué es esta esencial institución natural. ¿Por qué se ha dado este cambio? ¿Cuál es la razón por la que hablar de las familias se ha vuelto un terreno polémico? La familia es ahora punto de discusión porque se le ha colocado en el ámbito de la ideología.
En las conclusiones del Congreso Teológico-Pastoral, celebrado en el marco del reciente V Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Valencia, España, se advierte que «la familia está sometida a una crisis sin precedentes en la historia. Las razones se encuentran sobre todo en los factores culturales e ideológicos».
Esas mismas conclusiones afirman que si la familia ahora se está desintegrando, y que si hoy mismo se proponen nuevos modelos de unión para formar un hogar, es porque en el fondo –y en la superficie– hay una mentalidad que tiende a eliminar los valores. Es decir, la raíz del problema no es únicamente de tipo práctico, como lo son la falta de comunicación entre esposos y la carencia de preparación para educar a los hijos, o de índole económica. El origen de esta difícil situación para la familia tiene también un origen ideológico.
Se trata de un modo de pensar basado en el relativismo («como no existe la verdad, que cada uno haga lo que le dé su gana, y sin que nadie le diga nada»), y siempre conlleva a un modo de vivir individualista. En otras palabras, cuando se parte de que cada persona está desconectada de las demás, el modelo familiar tradicional se ve como un atentado contra esa libertad individualista.
Explica Benedicto XVI que «en la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social» (Homilía, 9.VII.06).
Aunque existan seres humanos que reclamen el individualismo como forma de vivir, es un hecho que ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Al contrario, todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para vivir, y estamos llamados a alcanzar la felicidad en relación y comunión amorosa con los demás.
Además, la familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. La ideología relativista, por el contrario, propone que el individuo está aislado en el presente, sin pasado que le sirva como riqueza y como punto de referencia.
Esta realidad de haber recibido el ser y la educación en el seno familiar, y de vivir en una tradición cultural, se convierte hoy día en un poderoso argumento para revalorar el modelo natural de la familia. Así cobran sentido las palabras del Romano Pontífice: «La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral» (ibidem).

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domingo, 9 de julio de 2006

La familia en crisis

Luis-Fernando Valdés

Entre la final del Mundial de Futbol que se juega hoy, y la larga semana post-electoral de nuestro País, hay un evento que quizá va a pasar muy desapercibido. Se trata del V Encuentro Mundial de las Familias, que inició ayer, en Valencia, España, y que hoy será clausurado por el Papa Benedicto XVI.
La primera reunión se celebró en Roma en 1994, con motivo del Año Internacional de la Familia, promovido por las Naciones Unidas. En aquella ocasión, Juan Pablo II escribió una larga y apasionada meditación sobre la familia, que dirigió en forma de «Carta» a las familias de todo el mundo. A ese primer gran encuentro de las familias le siguieron otros: el de Río de Janeiro, en 1997; el de Roma, en 2000 con motivo del Jubileo de las Familias; el de Manila en 2004, donde el Papa polaco no pudo participar personalmente, pero envió un mensaje audiovisual.
¿Por qué la Iglesia elabora este montaje mundial para hablar de la familia? Los últimos Papas han manifestado que la familia está en crisis, y este Encuentro es una respuesta a esta situación conflictiva. A nivel práctico, constatamos cuánto sufrimiento y dolor se dan cita cuando se divide una familia, cuando sus miembros se quedan solos o no se saben comprendidos. Vemos niños huérfanos de padres vivos, somos testigos de hijos maltratados o abandonados.
A nivel teórico, la crisis no es menos fuerte. Observamos en el debate público que hoy se proponen modelos que no pueden ser aceptados como familia, porque no corresponden a la naturaleza del ser humano. Y esta situación a nivel de ideas es muy importante, porque para superar los problemas prácticos, la gente de a pie necesita un punto de referencia teórico, del que pueda obtener orientación cuando vienen situaciones de conflicto.
La clave de esta crisis está en que muchas personas no tienen claro cuál modelo de familia seguir. Y no lo tienen, porque nuestra cultura no acepta que se puede hablar de la verdad. En la práctica, quien sigue un paradigma de familia que no es verdadero, está destinado a fracasar.
Una solución a la crisis de las familias quizá debe iniciar por la búsqueda de una cultura de la verdad. Cuando todos —sin importar nuestra ideología, ni nuestra religión— nos acostumbremos a dialogar con nuestra propia conciencia, y a buscar la verdad en vez de justificar nuestros intereses o debilidades, descubriremos que la verdad nos une y que juntos podemos superar cualquier crisis.
El esfuerzo actual de los pensadores, teólogos, pedagogos y numerosos padres de familia que participan en congresos como este Encuentro Mundial de las Familias consiste en mostrar la validez teórica y práctica del modelo cristiano de familia, que se basa en la unión exclusiva y para siempre de un hombre y una mujer, con el fin de amarse y de procrear y educar a sus hijos.
La verdad sobre la familia se apoya en los más profundos deseos del ser humano. Por eso, el modelo cristiano no está lejos de las aspiraciones de los hombre y mujeres de buena voluntad. Por eso, como afirma el teólogo español Augusto Sarmiento, cuando «se desvincula de su raíz al matrimonio y a la familia, pierden su significado específico y pasan a ser unos términos que se pueden emplear para referirse a cualquier tipo de unión o forma de convivir. Pero en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuena siempre imborrable el eco del plan de Dios: la familia fundada en el matrimonio indisoluble, de un hombre y una mujer».

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domingo, 2 de julio de 2006

Democracia y unidad

Luis-Fernando Valdés

Hoy es el día. Me ilusiona pensar que usted lee esta columna mientras hace fila para depositar su voto, o que está llegando a casa, después de emitir su sufragio. Quisiera compartirles, a propósito de esta jornada electoral, dos breves reflexiones sobre la actitud auténticamente democrática.
La primera es sobre la unidad. Al final de este día, seguramente, ya sabremos quién será el nuevo Presidente de México. Como es lógico, después de ver las últimas encuestas, la elección va a ser muy cerrada y, por eso, no todos van a estar contentos con el resultado de las elecciones. Pero esta situación no debe romper la unidad de nuestro País.
Un posible enfrentamiento entre facciones sería una muestra de no entender la democracia moderna. Este sistema político fue diseñado para que una pluralidad de modos legítimos de pensar pudieran convivir en una misma nación, sin que esa multiformidad fuera motivo de conflicto. Se supone que este procedimiento busca evitar el enfrentamiento, para que juntos busquemos el bien del país. Y así, mediante los votos, una mayoría gana y los demás acuerdan respetar esa decisión.
La democracia debe garantizar un clima que permita esa convivencia de pareceres. Esa garantía se manifiesta en el respeto y la tolerancia (esta última noción requeriría muchas precisiones, que hoy no podemos tocar). De ahí que quien reaccionara violentamente ante un resultado electoral que no fue de su agrado, manifestaría que no ha entendido la democracia.
Un enfrentamiento supondría que hay por lo menos dos posturas que no pueden convivir —vivir juntas—, y por eso, una busca eliminar a las otras. En la democracia esa actitud no cabe, porque hay una realidad previa a cada una de esas posiciones. Se trata de la Nación. Todos formamos una misma Nación y, dentro de ella, convivimos todos. Hay una realidad histórica, cultural, lingüística previa a todas las ideologías políticas. La democracia busca —al menos ése es el ideal— que las diferentes corrientes de pensamiento no rompan la unidad nacional, sino que aprendan a dialogar. Por eso, sin importar si nos gusta o no el resultado de las elecciones de hoy, lo primero es nuestra unidad. Antes que preferir un partido o un candidato, somos mexicanos, y debemos cuidar la cohesión de nuestra patria.
La segunda actitud democrática que deseo comentar es la responsabilidad de votar. Menos mal que los Medios de Comunicación han hecho una amplia campaña para que los ciudadanos tomen conciencia de la importancia de ejercer su deber de acudir a las urnas. Pero el paso final se da hoy, cuando se vea el número real de electores.
La democracia no subsiste por los meros deseos o buenas intenciones de los ciudadanos. Se requiere ejercitar la responsabilidad de votar. Es muy cómodo decir que los políticos son malos, y que los ciudadanos de a pie no podemos hacer nada. No basta quejarse en una tertulia con los amigos. La queja que realmente influye es la que se nota en las urnas, cuando se elige a un candidato o se le niega el voto. Cuando los ciudadanos cobramos conciencia de que el País está en nuestras manos, influimos de verdad en el curso de nuestra historia nacional.
En estas dos actitudes propias de la democracia se puede ver la gran oportunidad que tenemos de ser buenos ciudadanos. De nosotros dependen entonces la unidad nacional y el destino del País. Ambas situaciones estimulan nuestro sentido de responsabilidad y nuestra sano patriotismo. Aunque los hay, no se deberían requerir más argumentos para entender que todos los que estamos en edad de votar, tenemos una grave responsabilidad ética de hacerlo.

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domingo, 25 de junio de 2006

Un «contemporáneo» de Cristo

Luis-Fernando Valdés

¿Existen los santos? La cuestión es profunda: si en nuestra época hemos destacado la autonomía del hombre frente a la naturaleza y también respecto a lo divino, entonces, ¿para qué necesitamos a un santo? Los avances científicos, tecnológicos y económicos han favorecido nuestro bienestar, pero tienen como efecto colateral que, con frecuencia, quienes disfrutan de este beneficio no encuentran el porqué y el para qué de su propia existencia. Y es aquí donde encuentran su papel los santos.
Un santo ante todo es un ser humano, un hijo de su tiempo, que tiene como rasgo importante que ha sabido conectar su vida con la de Jesucristo, de modo que su existencia cobra sentido a la luz de la vida y las enseñanzas del Maestro. Un santo es necesario hoy día porque nos da ejemplo de encontrar sentido a la vida.
Esta experiencia no es lejana a nuestro tiempo. Hay santos de hoy. Uno de ellos es San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Este sacerdote falleció el 26 de junio de 1975, y fue canonizado por Juan Pablo II, el 6 de octubre de 2002, en la Plaza de San Pedro.
Se puede decir que es un contemporáneo nuestro, un hombre de nuestra época. Y con su vida nos ha dado ejemplo de que Cristo es actual. Este santo pudo conectar su vida con la de Cristo. Supo no sólo tomar sus enseñanzas, sino entrar en comunión verdadera —auténtica amistad— con Jesucristo. Y esto es lo que necesitamos las personas de hoy para vivir con sentido.
Esta característica central del Fundador del Opus Dei fue resaltada por el entonces Card. Ratzinger, que en 1993 afirmaba que, para Josemaría Escrivá, «la contemplación de la vida terrena de Jesús … conduce a la iluminación, a partir de Dios, de las circunstancias del vivir cotidiano». Es decir, este santo muestra a los hombres y mujeres de hoy un camino eficaz para encontrar a Dios en medio de la vida diaria.
En su famoso libro, «Camino» (n. 584), San Josemaría escribió: «No es Cristo una figura que pasó. No es un recuerdo que se pierde en la historia. ¡Vive!». Escrivá estaba convencido de que Cristo es contemporáneo a cada generación humana, y por eso afirmaba que cada cristiano puede —y debe— vivir en trata directo y continuo con Jesucristo.
Hay un episodio de su vida que refleja este afán de acercar a las personas a Cristo vivo. Al inicio de su labor sacerdotal, solía regalar libros de la vida de Cristo a las personas que hablan con él. En 1933, al entregar uno de estos ejemplares a un joven Arquitecto, escribió en la primera página, a modo de dedicatoria: «Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo». Y este consejo muestra fielmente un rasgo importante de su vida: San Josemaría llevaba las almas a Cristo y Cristo a las almas..
Esta cercanía que el Fundador del Opus Dei tenía con Jesucristo era fruto de buscar la amistad con Cristo, ahí donde Jesús se encuentra: en la Eucaristía y en el Evangelio. Por eso, quienes leen sus libros o ven las tertulias filmadas, se quedan con la impresión de que San Josemaría estuviera platicando la vida de un conocido suyo de toda la vida, en este caso, Jesús de Nazaret.
Josemaría Escrivá supo ser «contemporáneo» de Cristo. Esta actitud de sigue vigente en nuestros días, porque los hombres de hoy necesitamos encontrar el sentido de nuestra vida. Y ésta es la razón de ser de los santos: darnos ejemplo de que sí es posible vivir con Dios, en el mundo actual.

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domingo, 18 de junio de 2006

El deber de votar

Año 2, número 58
Luis-Fernando Valdés


Se han estado publicando encuestas sobre las preferencias electorales, y en ellas se refleja la tendencia del voto hacia un candidato u otro. Pero, quién se lleva la victoria, por ahora, parece ser el abstencionismo. ¿Es lícito no acudir a votar?


Hay una verdadera obligación de ir a las urnas. Quizá por diversos factores, algunos ciudadanos se sientan con alguna excusa para no depositar su voto. En el fondo de esa actitud, puede estar la idea de que votar es un actividad optativa, como lo es ir al cine, o a un museo. Si no voy al cine, no pasa nada. En cambio, no ir a votar si conlleva una responsabilidad ética, y por eso no es una mera opción, sino una obligación.


Alguno podría argumentar que dejar de votar es el resultado de una acción libre: “he decidido no votar”. Y parecería que contradecir esta actitud es intolerancia, pues debemos respetar la libertad de los demás. En efecto, no se puede obligar a nadie a hacer lo que no quiere. Pero no hay que olvidar que quien libremente deja de cumplir con sus obligaciones, comete una falta moral.


En la próximas elecciones, está en juego el bien común, el bien de todos los que vivimos en México. De estas elecciones depende la consolidación de la democracia en nuestro país, el fortalecimiento de sus instituciones y es la oportunidad para que se den las reformas estructurales necesarias para el auténtico desarrollo de todos los mexicanos (cfr. CEM, 17-V-2006, n. 6).


Cuando está de por medio el bien común, nadie puede sentirse excusado de no cumplir con sus deberes ciudadanos. A nombre de la libertad, ninguno puede decir que ya está justificado para no colaborar con el bien de todos. Más que dar muestras de ser libre, esa actitud manifestaría un egoísmo grande y muy poco amor por la Patria.


Otra excusa para no ir a la urnas podría ser el escepticismo. Ante las campañas de los candidatos, y el desconcierto que generan los ataques mutuos, más de alguno podría caer en la perplejidad de no saber por cuál de ellos votar. Quien se encuentra en esta situación de no encontrar el candidato ideal, tiene la obligación de elegir al que considere menos malo, tiene la responsabilidad de intentar que gobierne el que considere que lesionará menos los intereses de la Nación. Por eso, la abstención o la anulación del voto (p. ej. marcando varios candidatos) no solucionan nada, y son una forma de irresponsabilidad ciudadana.


Un pretexto más para no votar podría ser la consideración de que “puedo ayudar de otras maneras al País”. Ciertamente, cuando vivimos con honestidad, cuando trabajamos mucho y bien, cuando cuidamos a nuestra familia, contribuimos al bien de México. Pero se trata ahora de contribuir al bien común, que permite la recta construcción de las estructuras sociales y jurídicas que permiten a los individuos ser honestos, trabajar bien y formar una familia. De ahí que no es exagerado decir que dejar de votar pone en peligro a la persona, a su trabajo y a su familia.


No basta que cada uno seamos personalmente buenas gentes. Tenemos el deber de velar por el bien de todos. Por eso, los creyentes —aunque esto es válido para todo ciudadano, sin importar su credo— «de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Su compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei sociales, n. 41).