domingo, 25 de enero de 2009

Card. Bertone en Querétaro

Luis-Fernando Valdés

Hace justo 7 días, el Secretario de Estado del Vaticano pronunció un importante discurso en el Teatro de la República, lugar histórico del México contemporáneo. Durante la semana, diversos comentarios se han centrado en el aspecto dialéctico (que donde se sello el laicismo mexicano, hablara el número dos de la Iglesia Católica). Tales comentarios han dejado de lado el interesante diagnóstico y la propuesta cultural del Card. Tarcisio Bertone.
El Cardenal explica que la cultura de nuestro País, y de América Latina, se injerta en la cultura occidental. Por eso, para entenderla necesitamos conocer la transformación que ha tenido el Occidente: el encuentro entre la revelación bíblica y el genio filosófico griego. Así tuvo lugar una “paideia”, que es el ideal en que los griegos cifraban el desarrollo pleno del hombre y que Roma tradujo como “humanitas”.
De ahí el Card. Bertone pasa a tratar un punto capital de la cultura mexicana: el “ethos” barroco. “La paideia cristiana dio lugar en México a una nueva síntesis cultural, que ha marcado su identidad”. Esta síntesis es llamada “mestiza” o “barroca”, y es “como la aportación específica (de México) a la cultura universal”.
Aunque el mestizaje es un hecho innegable , afirma el purpurado que “no todos aceptan que se convierta en el rasgo esencial de la identidad nacional”. Unos lo evitan para preservar la identidad indígena, mientras que otros lo hacen para salvar el carácter europeo de la cultura iberoamericana. Pero lo mestizo es la novedad del encuentro entre ambas culturas, y es la señal de la transformación de ambas. El mestizaje debería ser una categoría “originaria y constitutiva, hasta el punto que cuando se le olvida, o explícitamente se le rechaza, con ella se abandona también el fundamento de la identidad (mexicana)”. Y, luego, el Cardenal explica que, por negar esta categoría, surge la “tendencia a vivir mirando hacia el pasado y discutiendo en permanente conflicto acerca de la propia identidad”. Entonces, se da “el gran divorcio” entre la cultura popular, que es mestiza y barroca, y la cultura de las élites y las minorías dirigentes.
Después de esto ha venido una especie de irrelevancia cultural de la Iglesia y los católicos en el mundo de la cultura. En parte propiciado por la persecución religiosa, pero también por la estrategia de aislamiento a la Iglesia, especialmente en el área educativa. Además –reconoce el Secretario de Estado– en los siglos XIX y XX, “los católicos no supieron integrarse adecuadamente en las vanguardias, ocupados como estaban en la defensa de su propia identidad”.
La vuelta de los católicos a la vida cultural del País no es un revanchismo, ni un afán de reconquista. Según Mons. Bertone, se trata de “trabajar para que la cultura mexicana ahonde en sus raíces, no necesariamente para imponer un canon moral o intelectual a los intelectuales y artistas, sino para complementar, enriquecer y acoger sus esfuerzos creativos”.
Como se puede apreciar, una lectura no política ni partidista del Discurso, permitirá entablar un verdadero diálogo entre Cristianismo y cultura. Las ideas del Jerarca también dan una pauta para estudiar serenamente el “gran trauma” (éstas son palabras mías) del México Independiente: cuál es nuestra identidad nacional. Quedan pues ahuyentados los fantasmas de que la Iglesia se quiere apoderar del País, utilizando como escenario tan significativo como el Teatro de la República.
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domingo, 18 de enero de 2009

Iglesia y familias alternativas

Luis-Fernando Valdés

Concluye hoy el VI Encuentro Mundial de las Familias, organizado por Santa Sede y la Arquidiócesis de México. Durante tres días, expertos en la materia expusieron, ante unas 10 mil personas, provenientes de 45 países, cuál es la identidad de la familia. Al mismo tiempo, aunque con escala mucho menor, diversos grupos han manifestado sus protestas, con un serio cuestionamiento: ¿hasta cuándo va a aceptar la Iglesia los nuevos modelos familiares?
Para intentar una respuesta, sin faltar al respeto a quienes de hecho viven esas otras realidades, conviene no discutir por los casos concretos, y, en cambio, acudir a los principios que están en el fondo de la cuestión. Como veremos, el núcleo de este tema es un asunto filosófico, del que se deriva una cuestión ideológica, la cual es la causa de las controversias que aparecen en los medios.
La pregunta clave es si existe una estructura común a todos los hombre, que establezca que es una familia. Para el pensamiento clásico –que el cristianismo ha asumido en gran parte– la familia consiste “por naturaleza” en un padre, una madre e hijos. En cambio, para algunos pensadores de la segunda mitad del siglo XX, la familia no existe por naturaleza, sino “por elección”: hombre con hombre, mujer con mujer, etc.
Quedan enfrentadas las dos posturas. La primera afirma que lo que es conforme a la naturaleza es bueno, y malo, lo que va contra ella. La segunda sostiene que no existe nada bueno ni malo, sino que cada uno debe escoger sin pretender afirmar la bondad o malicia de lo elegido.
Esta elección se ha convertido en una cuestión ideológica, que ha invertido los papeles. A nombre del respeto a la libertad, nadie podría afirmar si la elección del género familiar es buena o mala; para no faltar al respeto, nadie debería hablar de exigencias naturales. Ya no se puede decir que “lo natural” es lo bueno, sino sólo que es “tradicional”, y, al ser llamado tradicional, lo natural pasa a ser una “opción” más. En cambio, “la elección” se convierte en “lo natural” del ser humano, de modo que todos los que afirman un único modelo natural de familia se han convertido en malos, por atentar contra la capacidad de elección del hombre.
Por eso, en el debate público, cuando los católicos afirman el modelo familiar basado en la naturaleza, inmediatamente la Iglesia es reprobada por atentar contra las nuevas opciones. Y, en cambio, los que la atacan se sienten justificados, pues se consideran a sí mismos como los defensores de la nueva naturaleza humana, basada en la elección.
Entonces la pregunta inicial –¿hasta cuándo la Iglesia aceptará a las familias alternativas?– también se invierte: ¿hasta cuándo los defensores de la opción aceptarán que existe una naturaleza humana común? Así llegamos al fondo de la cuestión: o naturaleza o elección. Hasta hoy la respuesta a favor de la elección se ha basado en la ideología y la descalificación.
Para proteger la identidad de la familia, que es la base de la sociedad, hace falta no perder de vista que las ideologías se cierran al diálogo, y presentan las situaciones “de hecho” y los casos límite como “pruebas” contra la naturaleza. En cambio, es muy necesario argumentar sobre qué es la familia, y desde esa base dar respuestas a los retos de nuestra época. Por eso, qué oportuno ha sido el VI Encuentro Mundial de las Familias.
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domingo, 11 de enero de 2009

Pobreza: reto para 2009

Luis-Fernando Valdés

Al inicio de cada año, como ya es tradicional, el Papa ofrece un discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. En su alocución de este año, Benedicto XVI hizo un recuento del estado del mundo durante el año anterior, y, en su diagnóstico, no sólo habló ampliamente sobre el grave problema de la pobreza, sino también propuso unas soluciones que desafían la mentalidad dominante.
El Papa analiza primero la relación entre violencia y pobreza, al comentar los duros sucesos de los atentados terroristas que han sembrado la muerte y la destrucción en países como Afganistán, India, Pakistán y Argelia. La violencia suele acaecer ahí donde hay problemas de falta de recursos materiales. Ante esta situación, el Santo Padre afirmó que “no se puede construir la paz cuando los gastos militares sustraen enormes recursos humanos y materiales a los proyectos de desarrollo, especialmente de los países más pobres”.
Entonces, explica el Obispo de Roma, “para construir la paz, conviene dar nuevamente esperanza a los pobres”. Además de la actual crisis financiera mundial que está afectando a millones de personas, la crisis alimenticia y el calentamiento climático dificultan todavía más el acceso a los alimentos y al agua a los habitantes de las regiones más pobres del planeta. Por eso, “es urgente adoptar una estrategia eficaz para combatir el hambre y favorecer el desarrollo agrícola local”.
Pero la propuesta del Pontífice no se ciñe al tema de la producción de alimentos, sino que va al fondo de la cuestión, y advierte que “para resanar la economía, es necesario crear una nueva confianza”. Este objetivo sólo se podrá alcanzar a través de una “ética fundada en la dignidad innata de la persona humana”.
Benedicto XVI manifiesta que, aunque esto es exigente, no es una utopía. Y recordó su discurso en la Sede de la Organización de las Naciones Unidas, en el que puso de relieve que la Declaración universal de los derechos humanos “se basa en la dignidad de la persona humana, y ésta a su vez en la naturaleza común a todos que trasciende las diversas culturas”. Una ética común para todos es el fundamento para una verdadera solución. Pero no es una moral a la que se llega por el consenso de la mayoría, sino que se basa en la estructura común a todo ser humanos, mejor conocida como naturaleza humana. Ésta ética natural permitirá ayudar a “la juventud, educándola en un ideal de auténtica fraternidad”, porque lo que “socava la paz no es sólo la pobreza material, sino también la pobreza moral”.
Pero la pobreza, según enseña el Papa, no se limita a quienes carecen de recursos materiales, ya que “los seres humanos más pobres son los niños no nacidos. No puedo dejar de mencionar, al concluir, a otros pobres, como los enfermos y las personas ancianas abandonadas, las familias divididas y sin puntos de referencia”. Por eso, es necesario inculcar ideales éticos, pues “la solidaridad fraterna entre todos los hombres es la vía maestra para combatir la pobreza y construir la paz”.
Combatir la pobreza mediante estrategias económicas globales y planes de desarrollo agropecuario está principalmente en manos de los gobernantes. Pero vivir y enseñar la solidaridad y cultivar los valores éticos es tarea de nosotros, los ciudadanos de a pie. El reto de la pobreza también es nuestro.

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domingo, 4 de enero de 2009

El Duque y la eutanasia

Luis-Fernando Valdés

La eutanasia sigue presente como parte de la agenda legislativa de muchas naciones de occidente. En diciembre, le llegó el turno al Ducado de Luxemburgo, uno de los países más pequeños de Europa. En el Parlamento, ganó con poco margen la votación a favor de esta práctica terminal. Como formalidad, para ser promulgada, sólo faltaba la firma del Soberano de esa nación. Pero el Gran Duque ¡se negó a rubricar esa ley!
Uno de los grandes mitos de nuestro tiempo consiste en afirmar que una nación será verdadera democrática, sólo si sus leyes garantizan –de manera radical– la libertad de elección. De modo que, si en un país un ciudadano no tiene el apoyo legal para elegir morir, en caso de una enfermedad terminal, o en una situación de invalidez, se considera que la legislación de ese pueblo está retrasada, que no va conforme al sentir de nuestra época.
Sin embargo, este paradigma de modernidad y de democracia necesita ser criticado. Esta postura considera que la libertad está por encima de todo, incluso de la vida. ¿Acaso no es muy significativo que, quienes promueven el aborto, se presenten como “pro choice”, como a favor de una elección libre superior incluso a la vida? Pero no es así. La vida es anterior a la libertad, y es el fundamento de toda elección. Antes que exista democracia, lo primero que hay es la vida humana.
Por eso, en toda nación verdaderamente democrática existe el derecho a la objeción de conciencia, que garantiza que ninguna persona sea obligada a actuar contra sus convicciones íntimas. Ningún ciudadano está obligado a adherirse a leyes que van contra sus creencias legítimas, y nada más legítimo que defender la vida, desde su concepción hasta termino natural.
Y esto fue lo que hizo el Gran Duque Enrique I de Luxemburgo, quien se negó a firmar la ley que aprueba la eutanasia en su país. La negativa del Duque a su Parlamento no ha sido la única vez que un soberano europeo enfrenta a los legisladores. En 1990, Balduino, Rey de Bélgica, tío de Enrique I, se rehusó a sancionar la legalización del aborto. El soberano belga escribió a los parlamentarios una carta, en la que decía: “Comprenderán por qué no puedo asociarme a esta ley, pues firmándola asumiría inevitablemente una cierta corresponsabilidad (...). ¿Sería lógico que yo sea el único ciudadano belga que se ve forzado a actuar contra su conciencia en una materia esencial? ¿Acaso la libertad de conciencia vale para todos salvo para el rey?”.
Como en el caso de Balduino, la solución, todavía pendiente de ejecutarse, consistirá en una pirueta jurídica. En aquella ocasión se declaró una “incapacidad temporal para reinar” por un día: el trono quedó vacante el 5 de abril de 1990 y la ley del aborto en Bélgica se promulgó sin la firma de Balduino. En Luxemburgo, se cambiará el artículo 34 de la Constitución: el soberano ya no tendrá entre sus atribuciones “promulgar y sancionar” las leyes, sino solo promulgarlas.
La actitud de Enrique I es digna de elogio. Un gobernante debe ser fiel a su conciencia, aunque sus ideas a favor de la vida no sean las de moda, ni estén en conformidad con la ideología dominante. Se trata de una gran lección de valentía y coherencia, tan distante de la cobardía de decir “yo estoy a favor de la vida, pero no puedo oponerme a la mayoría”. Es también una gran enseñanza, tanto para los gobernantes, legisladores y jueces, como para el resto de los ciudadanos: es preferible ser destituidos –criticados o rechazados–, antes que permitir un atentado contra el término natural de la vida.

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