domingo, 26 de julio de 2009

Inesperadas soluciones para problemas globales

Luis-Fernando Valdés

Los servicios noticiosos –especialmente en Internet– han dado seguimiento a las reacciones, que ha suscitado la tercera Encíclica de Benedicto XVI, “Veritas in caritate” (29.VI.2009). ¿A qué responden las presentaciones y conferencias sobre este documento? ¿Son eventos de compromiso, dado que se trata de un escrito el Papa? O bien, ¿hay algo en ese escrito, que realmente justifica ser tomado en cuenta, incluso por los no católicos y los no creyentes?
Encuentro una explicación, que será una de tantas posibles. El Santo Padre ha decidido abordar los temas sociales y económicos que afectan al mundo de hoy, y les ha dado una respuesta insospechada. En efecto, el Papa no ofrece soluciones sociológicas, ni políticas, ni financieras, sino que hace una propuesta ¡religiosa!
En efecto, ya en el comienzo de esta Encíclica, el Santo Padre afirma que “la caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (n. 1).
Si nos detenemos a considerarlo, es muy audaz una respuesta de este tipo. Nos dice que en el cristianismo hay unos principios sobre el hombre y sobre el mundo, los cuales nos llevan a descubrir nuevas opciones ante los problemas que hoy pesan sobre hombres, mujeres y niños del mundo entero.
Además, el Pontífice menciona expresamente la influencia del elemento religioso, en la búsqueda de respuesta a las situaciones sociales conflictivas. La existencia de un Dios que es amor, la fe en Jesucristo que nos pide ocuparnos de las necesidades del prójimo, son un fuerte impulso que favorece a las personas y a las sociedades para encontrar soluciones.
Si leemos esta Encíclica desde la perspectiva de la Modernidad (siglos XVII al XX), Benedicto XVI hace una propuesta totalmente inversa a la mentalidad sembrada por la Ilustración. Si este movimiento consideraba que lo sobrenatural no debería influir nada en la vida social, política y económica, el Obispo de Roma invita a descubrir que la doctrina cristiana es una luz para entender la problemática actual, y para proponerle salidas.
Si la Ilustración propuso usar las ideas cristianas –libertad, igualdad, fraternidad– sin referencia a Dios, el Papa Ratzinger les devuelve su identidad religiosa –caridad: amor a Dios y al prójimo– para “humanizar” la globalización, para defender la vida humana y los recursos naturales del planeta.
No deja de sorprendernos la penetrante visión del Santo Padre sobre la realidad contemporánea, a la cual le ofrece una salida verdaderamente a favor del ser humano. Pero, a los que nos hemos criado en una cultura, que tiende a separar lo religioso de lo civil y de lo científico, y que suele olvidar la presencia de lo sagrado en la vida cotidiana, lo que quizá más nos asombra es que Benedicto XVI ofrece respuestas profundas, sin renunciar a su discurso religioso.
La aplicación del contenido de la “Veritas in caritate” no depende de la Iglesia, sino de los gobiernos y de los particulares. Corre el riesgo de quedar como una “utopía”, pero sólo el tiempo nos lo dirá. En cambio, el valor de este texto pontificio se ha hecho presente ya: nos muestra un cristianismo más dinámico, capaz de ofrecer principios verdaderos para orientar la vida social y económica de hoy. El cristianismo medieval y barroco construyó catedrales espléndidas; el cristianismo contemporáneo quiere construir una civilización del amor.

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

domingo, 19 de julio de 2009

El factor invisible del progreso

Luis-Fernando Valdés

Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

El factor invisible del progreso

Luis-Fernando Valdés

Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).

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El factor invisible del progreso

Luis-Fernando Valdés

Benedicto XVI ha sido nuevamente noticia. En su descanso estival en Val d’Aosta, al norte de Italia, sufrió una lesión en la muñeca derecha. Es lógico que el Papa de 82 años tenga una salud física más frágil. Por contraste, con su preclara inteligencia que nos sigue sorprendiendo con brillantes escritos. Hoy quisiera compartir unas pinceladas de su reciente encíclica, que nos muestra nuevos paradigmas para la vida económica.
Titulado “Cáritas in veritáte”, el documento manifiesta una de las grandes preocupaciones del Santo Padre: que “el amor en la verdad” es un gran desafío para la Iglesia ante la globalización, porque el riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia entre los hombres y los pueblos se maneje al margen de la ética, la cual es una condición para un desarrollo realmente humano (cfr. n. 9).
Para ilustrar esta dimensión moral del progreso, el Papa hace una glosa de una encíclica sobre temas sociales, publicada por Pablo VI en 1967, llamada “Populorum progressio” (El progreso de los pueblos). No se limita a repetir una enseñanza pasada, sino que la utiliza como plataforma para repensar las cuestiones económicas que afectan a la sociedad contemporánea.
Explica el Papa que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo “en términos de amor y verdad”. Desde ahí se entienden una gran verdad, ya enunciada por Pablo VI: “el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones”. Es una frase muy audaz: sostiene que, para que el hombre pueda progresar económicamente, debe fijarse también en otros aspectos distintos a las finanzas, al mercado, etc. ¿No suena esto a utopía?
Para Benedicto XVI no se trata de adornar la praxis económica con destellos de caridad o con obras de beneficencia (cfr. n. 11). Eso sería algo totalmente extrínseco al sistema económico. Consiste, más bien, en tomar en cuenta el aspecto sobrenatural en la concepción misma de la actividad económica.
El Pontífice apoya su propuesta en datos fácticos: por ejemplo, cuando falta la perspectiva de una vida eterna, cuando falta la esperanza espiritual, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Recordemos que esa fue la situación que descubrió occidente, cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: los ciudadanos de los países comunistas (y ateos) carecían de motivación en la vida, y el resultado fue catastrófico para la economía y para la política.
Con agudeza, el Papa Ratzinger observa que, por una parte, “el hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas”, pero por otra, “no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera”. Es una gran paradoja de la condición humana: un individuo aislado no puede progresar, y a la vez, necesita buscar libremente ser ayudado. En realidad, explica el Obispo de Roma, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos” (ibidem).
Y entonces Benedicto XVI hace una propuesta muy audaz: incluir a Dios en el concepto de progreso, porque sin Él los sistemas económicos terminan por explotar y destruir a los seres humanos. “Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado” (ibidem).

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domingo, 12 de julio de 2009

Los desafíos éticos del progreso

Luis-Fernando Valdés

El pasado 7 de julio salió a la luz la tan anunciada “encíclica social” de Benedicto XVI, titulada “Cáritas in veritate” (La caridad en la verdad). Fechado el 29 de junio, este documento pontificio trata sobre temas de gran actualidad para la vida económica y social del mundo contemporáneo.
En esta tercera Encíclica de su pontificado, el Santo Padre pone de relieve que la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano.
La propuesta del Obispo de Roma consiste en un desarrollo integral, basado en la caridad y en la verdad. Si la caridad se desliga de la verdad sobre el hombre y la sociedad, no pasara de ser un buen sentimiento, pero quedará al margen de las soluciones que requiere el mundo actual.
El Santo Padre no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual, sino que su meta es exponer unos grandes principios, que son indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años.
El Papa propone –entre otros temas– un importante cambio de paradigma: pasar de la mentalidad de “progreso económico” al modelo de “desarrollo humano integral”. Y enumera algunas distorsiones del desarrollo, cuando no se toma en cuenta a la persona: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente” o la “explotación sin reglas” de los recursos de la tierra.
Benedicto XVI vuelve a recordar la necesidad de la ética para que pueda surgir un recto orden económico. Explica que “son necesarios hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común”. También señala que la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, pero “no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. Además, propone que en la economía de mercado se recupere la contribución importante del “principio de gratuidad”, para que el “provecho” individualista no sea la única regla.
Resulta muy novedoso que una Encíclica aborde de modo sistemático la cuestión ecológica. El Papa sostiene que “es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás”.
No menos notable es la afirmación que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. Por eso, afirma el Pontífice, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo.
Pero más sorprendente aún es la propuesta que hace el Santo Padre para solucionar “los problemas enormes y profundos del mundo actual”. Sostiene que hace falta “una autoridad política mundial regulada por el derecho”, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad, y que se oriente al bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad.
Con su estilo tan sugerente, el Papa Ratzinger ofrece una posibles vías de solución para las cuestiones sociales y económicas. Deseamos que esta nueva Encíclica sea atendida por los principales actores de la vida social y económica: políticos, economistas, empresarios, académicos… y por todos los que deseamos un mundo verdaderamente mejor.

Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 5 de julio de 2009

Iglesia de Austria contra el celibato

Luis-Fernando Valdés

A mitad de junio, los obispos austriacos acudieron en visita “ad limina” a Roma. Y resultó muy llamativo que el Cardenal Schöenborn, primado de Austria, presentara oficialmente a la Santa Sede una carta en la que se pide la supresión del celibato sacerdotal. ¿Es un signo de nuevos tiempos en la Iglesia?
Esa carta contenía una propuesta de un grupo de laicos, en la que se proponen una serie de reformas para remediar la escasez de clero cada vez más alarmante en Austria. El Arzobispo de Viena hizo de mensajero, “no compartiendo algunas de las conclusiones, como he dicho varias veces”, pues lo había prometido a los promotores.
El contenido de ese memorándum pide la abolición del celibato, la reincorporación al ministerio de los sacerdotes casados, la ordenación diaconal de mujeres y la sacerdotal de los llamados “viri probati”, es decir, de hombres casados de buena conducta cristina.
La cuestión es antigua. En Austria, al menos desde 1995, se repiten cíclicamente manifiestos populares de grupos que se han autoerigido en representantes de los laicos católicos, y cuyas peticiones se refieren siempre al celibato sacerdotal, la moral sexual y los divorciados vueltos a casar.
El Card. Schöenborn ha sido uno de los colaboradores más cercanos a Benedicto XVI, cuando éste era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue el Secretario de la Comisión redactora del “Catecismo de la Iglesia Católica” (el Presidente era el Card. Ratizinger).
¿Acaso un Cardenal de probada fidelidad a la Doctrina ha cambiado de opinión? Como la situación de la Iglesia en Viena ha sido muy delicada, a veces al borde del rompimiento con Roma, Mons. Schöenborn consideró importante aceptar ser el portado de esa carta.
En una entrevista que concedió a la Radio Vaticana, el Prelado austriaco expresó que las razones de los firmantes eran la gran preocupación de 46 parroquias con muy escaso clero, y la poca atención sacerdotal a las familias. Y mencionó que había invitado a los promotores de la misiva a completar su iniciativa con una exhortación a los jóvenes para que escojan el sacerdocio tal como está establecido hoy.
El Cardenal de Viena también contó lo que el Papa les comentó a los obispos austriacos en una audiencia. “El Santo Padre ha dicho algo que nos ha llamado mucho la atención sobre la cuestión del celibato (…). Ha dicho que la cuestión, en el fondo, es si creemos que sea posible y que tenga sentido vivir una vida fundada sólo y exclusivamente sobre una cosa: Dios”.
Es una respuesta muy profunda. Benedicto XVI da a entender que el problema se está enfocando desde un paradigma en el que Dios no influye en la vida personal, como si Dios no diera su ayuda ante los retos que enfrenta una persona entregada a Él.
El celibato sacerdotal es un desafío, no tanto a la naturaleza sexuada del ser humano, sino ante todo a la fe en que existe una vida sobrenatural. Si es verdad que Jesús -que pidió ser seguido de cerca por algunos hombres, de modo que le entregaran su existencia entera, para ejercitar la función sacerdotal en la Iglesia-, si es verdad que Él es Dios, entonces tiene sentido el celibato.
Las vocaciones al sacerdocio católico aumentarán no cuando se les conceda la posibilidad de una vida matrimonial a los clérigos, sino cuando se les forme para tener una fe verdadera en que han sido llamados por Dios, para vivir una vida sobrenatural ya desde esta vida. Esos serán los verdaderos nuevos tiempos para la Iglesia.