sábado, 24 de enero de 2015

Familias y conejos, ¿qué dijo el Papa?

Año 11, número 507
Luis-Fernando Valdés

Muy a su pesar, Francisco dividió la opinión pública. Luego de sus declaraciones sobre la paternidad responsable, algunos dicen que el Papa invita a tener pocos hijos, otros afirman que apoya a las familias numerosas. ¿Qué dijo en realidad?

Nos encontramos de nuevo ante un fenómeno de opinión pública, en el que algunos medios difundieron el mensaje opuesto de lo que literalmente afirmó el Santo Padre. El mensaje central de Francisco fue una fuerte crítica al neo-maltusianismo, y algunos medios transmitieron que el Pontífice apoya el descenso de nacimientos. Veamos.

1) Francisco alertó sobre la “colonización ideológica” de la familia, que quiere “destruir a la familia”; “provienen de fuera, por esto digo que son colonizaciones” (Discurso, 16.I.2015). Luego especificó que se refería a la imposición de políticas de control de la natalidad en los países pobres a cambio de ayuda financiera.

2) El Santo Padre hace suya la postura de Pablo VI y la “Humanae vitae” (la encíclica que promueve la apertura a la vida). En ese mismo encuentro con familias en Manila, el Pontífice afirmó que el Beato Pablo VI “en el momento en el que se planteó el problema del crecimiento de la población, quiso defender la apertura a la vida de la familia”.  Agregó que el Papa Montini “vio hacia el futuro, a los pueblos de la tierra y vio esta amenaza de la destrucción de la familia mediante la privación de los hijos” (Ibídem).

3) La polémica mediática surgió con motivo de la rueda de prensa, durante el vuelo de Filipinas a Italia. Le pidieron que profundizara sobre la “colonización ideológica”, y el Papa respondió que Pablo VI salió al paso del “el neo-malthusianismo universal que buscaban un control de los nacimientos por parte de las potencias (…). Esto no significa que el cristiano deba tener hijos en serie. Regañé a una mujer que se encontraba en el octavo embarazo y había tenido siete cesáreas: ‘¿Quiere dejar huérfanos a sus hijos? No hay que tentar a Dios…’ Pero, quería decir que Pablo no tuvo una visión trasnochada, cerrada. No, fue un profeta, que nos dijo: ‘Cuidado con el neo-malthusianismo que está llegando’.”
Resulta evidente que el ejemplo del regaño por a esa señora no es por tener el octavo hijo, sino porque vino después de siete cesáreas y, por lo tanto, por el grave riesgo que corre la madre. De ahí que afirmar que el Papa criticó tener ocho hijos es una mala interpretación.

5) Los conejos. El Santo Padre habló también ahí de la paternidad responsable y quiso salir al paso de dos extremos: tener hijos a ultranza y evitar que los pobres tengan hijos. Sobre lo primero dijo la polémica frase: “Perdonen, pero hay algunos que creen que para ser buenos católicos debemos ser como conejos”.
Juan Pablo II ya había dicho la misma idea en 1994: “El pensamiento católico a menudo es malentendido, como si la Iglesia sostuviera una ideología de la fecundidad a ultranza, impulsando a los cónyuges a procrear sin ningún discernimiento y ningún proyecto” (Ángelus, 17.VII.1994).

Termino con unas palabras de Andrea Tornielli: “Como se ve, sacar de su contexto la frase sobre los conejos y presentarla como síntesis del pensamiento del Papa al final lo modifica y transmite exactamente lo opuesto del mensaje que quería dar, invitando a las familias en los países occidentales a tener más hijos, y no menos, e insistiendo en la apertura a la vida como intrínseca al matrimonio” (Vatican Insider, 22.I.2015).


domingo, 18 de enero de 2015

Charly Hebdo, ¿mártires de la libertad?

Año 11, número 506
Luis-Fernando Valdés

Esta semana, la escena internacional nos ha puesto en primer plano el tema religioso. Fueron sepultados los dibujantes asesinados en Francia por terroristas islámicos. La sensibilidad religiosa y la libertad de expresión quedaron en dialéctica. ¿Habrá una solución?


Cuando se nos presentan de modo antagónico la libertad de opinión y la violencia para exigir respeto a las creencias religiosas, la solución consiste en volver al fundamento de ambas, que es el respeto a la dignidad de la persona. Cada ser humano es único e irrepetible, porque tiene una naturaleza espiritual.

Sólo después, en función de esta dignidad, se ubican tanto el respeto a las creencias y los valores como el cuidado de la libre manifestación de las ideas. La dignidad personal puede ser atropellada de dos maneras: por una libertad que insulta al otro, y por el que mata por sentirse insultado.

1) Nunca es bueno ni correcto matar a nombre de Dios. Mientras se llevaban a cabo los funerales de los miembros de la revista satírica, el Papa Francisco hizo un viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas.

Antes de partir, el Pontífice aprovechó un encuentro con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede para volver a pedir a los líderes políticos y religiosos mundiales, “especialmente a los musulmanes”, que condenen “cualquier interpretación fundamentalista y extremista de la religión que pretenda justificar actos de violencia” como los perpetrados días atrás en París.

El Santo Padre aseguró también que, en el fondo, “el fundamentalismo religioso rechaza a Dios, relegándolo a mero pretexto ideológico”.

2) Los abusos de la libre expresión. Esta semana la Charly Hebdo vendió millones de ejemplares. Sin duda fue una manifestación popular de rechazo a la violencia y de tutela a la libertad de expresión. Pero, quizá sin pretenderlo se puede interpretar también como un mensaje de que esta libertad está por encima de los sentimientos y valores de las personas.

Ante el atentado a la revista satírica hay dos aspectos, que es importante no confundir. No se trató de una masacre contra la libertad de expresión, sino una horrible y nunca justificada respuesta ante el atropello de la sensibilidad religiosa.

Es deplorable el homicidio de cualquier persona con motivo de sus opiniones, pero estos asesinatos no convierten en algo bueno las faltas de respeto cometidas por los dibujantes. El fundamentalismo religioso fue una reacción contra el abuso de la liberta de expresión.

Cuestionado sobre este atentado en París, durante la conferencia de prensa en el avión rumbo a Filipinas, el Papa Francisco condenó la violencia a nombre de la religión y, a la vez, rechazó que sea bueno burlarse de las creencias de los demás.

Afirmó por una parte que, “cada uno tiene el derecho de practicar la propia religión, sin ofender, libremente... no se puede ofender, hacer una guerra, matar en nombre de la propia religión, en nombre de Dios”.

Y por otra, habló de “la obligación de decir lo que se piensa para ayudar al bien común... pero sin ofender. (…) no se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás... Hay un limite, y en la libertad de expresión también hay limites”.

Cuando estos límites se traspasan, se convierten en un abuso de esa libertad. Y el abuso nunca debe ser apoyado, sino tolerado. Debe pues quedar claro que condenamos a los terroristas por ser intolerantes, pero que no canonizamos a las víctimas de la revista como mártires de la libertad de expresión, al menos no de aquella libertad que respeta la sensibilidad del otro. 

domingo, 11 de enero de 2015

Cardenales para las periferias

Año 11, número 505
Luis-Fernando Valdés

El Papa Francisco acaba de nombrar nuevos cardenales. El elenco de los nuevos purpurados fue una sorpresa, pues muchos proceden de regiones de minoría católica o de zonas en conflicto social. ¿Qué mensaje hay detrás?

El pasado día 4 de enero, el Santo Padre dio a conocer la lista de los cardenales que serán creados (éste es el término técnico) en el próximo consistorio de febrero. Son 20 en total, de los cuales 15 –por ser menores de 80 años– pueden ser electores en el siguiente cónclave.

Como la costumbre es que los nuevos cardenales suelen proceder de lugares de mayoría católica, fue una gran sorpresa que estos nominados proceden de países “inesperados”, dónde los católicos son minoría como Cabo Verde y Etiopía, en África; Myanmar, Tailandia, Vietnam, en Asia; y Tonga y Nueva Zelanda, en Oceanía.

Además, el Papa nombró a arzobispos de América Latina (de Uruguay, México y Panamá), junto con obispos de diócesis italianas y españolas que nunca han sido sedes cardenalicias. También fue llamativo que sólo un nuevo purpurado procede de la Curia romana.

El Pontífice anunció a los fieles congregados en la Plaza San Pedro que estos nuevos cardenales vienen “de todos los continentes” y “muestran el lazo indeleble con la iglesia de Roma a las iglesias en el mundo”.

¿Qué mensajes implícitos podemos encontrar en este gesto del Papa Francisco?

1) La prioridad de las “periferias existenciales” (las personas y regiones en situación de olvido y abandono) en las preocupaciones pastorales del Papa. El símil le es muy querido y lo tomó de las “villas miseria” (colonias marginadas) en las afueras de Buenos Aires. No sólo ahí se da la falta de apoyo espiritual, educativo y humanitario, sino también en los migrantes, las minorías étnicas y religiosas, etc.

2) La gran libertad del Pontífice, que no se deja atar por la tradición de las llamadas “sedes cardenalicias”, que le impiden cuidar a los católicos en situación de minoría, como lo dio a entender el vocero vaticano, el padre Federico Lombardi. (News.va, 7 ene 2015)

3) El sentido de la universalidad que tiene el Santo Padre, es decir, que la Iglesia católica no se reduce a los países de tradición católica en América y Europa, sino que también incluye a países “en la periferia”.

El Secretario de Estado vaticano, el card. Parolin, afirmó que “el Santo Padre quiere darle un sentido más amplio a la universalidad de la Iglesia, privilegiando lugares en donde tradicionalmente no hay mucha atención eclesial”. (Aciprensa.com, 6 ene 2015)

4) El caso de México requiere una especial atención. El nombramiento cardenalicio de mons. Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, tiene una razón específica, según apunta el p. Lombardi: que la diócesis moreliana “es una región flagelada por la violencia”.

Así el Santo Padre indica mediante un gesto, que las “periferias” no sólo son los países de África y Asia, olvidados por Occidente, sino también las regiones envueltas en conflictos violentos y que son dejadas a su suerte.

Si México –tanto gobierno como ciudadanos– dejan que se prolongue el conflicto en Michoacán, donde municipios completos están tomados por los violentos y están sumamente dañados por la corrupción, el Papa Francisco en cambio, con este gesto, se hace solidario con los que ahí hoy están sufriendo.

El nombramiento del Arzobispo de Morelia no es un premio, es una llamada de atención para los mexicanos, para que seamos solidarios y trabajemos juntos por la paz de las regiones de nuestra propia patria afectadas por la violencia.


domingo, 4 de enero de 2015

La globalización de la indiferencia

Año 11, número 504
Luis-Fernando Valdés

Comenzamos 2015 con sueños de que regrese la paz a nuestra Patria y al mundo. Sin embargo, nuestra sociedad se ha resignado con un “similar” de paz: la indiferencia ante el sufrimiento. ¿Cómo podremos recuperar la anhelada paz verdadera?

El trabajo infantil es una forma de esclavitud.
La clave para la paz se encuentra en un antiguo sueño de la humanidad: que todos seamos hermanos, que todos seamos una sola familia. Este deseo se encuentra en el núcleo mismo de la tradición bíblica judeo-cristiana, y es común tanto con las tradiciones religiosas antiguas como con los ideales de la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad.

Pero con crudo realismo, la misma Sagrada Escritura constata que los seres humanos estamos divididos y que, en muchas ocasiones, lejos de vivir como hermanos, nos comportamos como Caín, que quitó la vida a su hermano Abel (Génesis 4).

Esta situación ilustrada por la Biblia no es ajena a nuestra experiencia diaria. Hoy Caín se manifiesta en la explotación del hombre por parte del hombre. Cada día, Caín asesina nuevamente a Abel, cuando olvido que los demás tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad que yo.

Este rechazo del prójimo no es una consideran teórica, sino una triste práctica diaria, que va desde el rechazo del otro y el maltrato de las personas, hasta la violación de la dignidad y los derechos fundamentales, o peor aún, hasta la “institucionalización de la desigualdad” (Papa Francisco).

En nuestros días, Caín tiene un rostro: la esclavitud. Aunque ésta fue abolida, sus principios siguen vigentes, porque nuestra sociedad sigue aceptando que algunas personas puedan ser consideradas propiedad de otra persona, la cual puede disponer de ellas como si fueran sus pertenencias, adquiridas como una mercancía.

Desagraciadamente, todavía hay millones de niños, hombres y mujeres de todas las edades, que son obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. Se trata de trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores: desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, incluso en los países cuya legislación protege a los trabajadores, pues a estos otros los contratan de manera ilegal.

Esta misma esclavitud se manifiesta en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente.

El esclavismo está presente en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores; en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional.

Esto ocurre cada día, ante nuestra mirada. Pero ya estamos acostumbrado que esto sea así, porque quizá no nos afecta directamente. La esclavitud, encarnación de Caín, continúa porque vivimos en la “globalización de la indiferencia” (Papa Francisco, Mensaje para la paz 2015).

La paz será posible, este mismo año, si nos decidimos a ser artífices de una “globalización de la solidaridad y de la fraternidad”, que se puede reflejar –entre otros aspectos– en asumir nuestra responsabilidad como consumidores, que no compran productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas.