domingo, 26 de octubre de 2008

México en crisis: ¿queda esperanza?

Luis-Fernando Valdés

El panorama del futuro inmediato de nuestro País parece no alentar a la esperanza. Estamos en medio de una gran crisis financiera, escuchamos un verdadero “parte de guerra” cada día, nuestro hermanos de los Estados del Sureste está sufriendo por las inundaciones, hay Estados sin clases por las huelgas de los maestros. ¿Habrá algo positivo en todo este mar de tragedias?
Una aspecto muy positivo de esta situación por la que atravesamos consiste en que podemos comprender mejor qué es la esperanza. Ahora estamos en situación de reflexionar si nuestras “expectativas vitales” son las correctas. Es fácil confundir la verdadera esperanza, con expectativas parciales ya resueltas. Es decir, solemos –por error– pensar que tenemos esperanza mientras tengamos la vida resuelta: estabilidad familiar, un empleo estable y bien remunerado, salud, etc. El error consiste en que la esperanza hace referencia al futuro y no al presente.
En efecto, a lo largo de la historia, todos los seres humanos han experimentado que un presente en bonanza siempre es efímero, y que un presente tormentoso siempre reclama ser superado. La referencia a una solución –un bienestar duradero, en el primer caso; un situación de armonía y paz, en el segundo– sólo se encuentra en el futuro. Y precisamente por eso, el corazón humano naturalmente busca una respuesta en lo que vendrá: eso es la esperanza.
“El futuro lleno de beneficios tardará mucho en llegar, y quién sabe si nos tocará contemplarlo”. Así han razonado algunos en el transcurso de los siglos, y nos han propuesto adelantar el futuro. Nos han invitado a revelarnos contra la esperanza, pues implicaría aceptar pasivamente vivir sin calidad. Y nos han enrolado en revoluciones que deberían traer el Paraíso final a nuestra Tierra actual. Esto ha sido el marxismo, y también su versión cristiana, la llamada teología de la liberación. En el fondo, han querido sustituir la esperanza religiosa con una esperanza en la política o la economía.
Las caída del marxismo no atenuó el deseo de buscar esperanzas intramundanas e inmediatas. El hombre moderno tampoco quiere esperar la llegada del final de los tiempos para conseguir un mundo mejor, pero además no confía en que el mundo presente tenga arreglo. Y busca satisfacciones inmediatas o una vida cómoda y segura. Pero éstas siempre están ligadas al dinero para comprarlas. Por esa razón, el capitalismo tiene mucho público: es fácil poner la esperanza en lo que me da felicidad aquí y ahora, si tengo los medios económicos para costearla. Pero la crisis financiera mundial, ya nos está haciendo ver que poner la esperanza en una economía siempre ascendente tampoco es la solución: las economías también caen.
Es duro conocer a personas que, ante las diversas crisis que atraviesa nuestra Patria, han reaccionado con gran desesperanza. Cómo si la vida ya no pudiera seguir, porque ya no tuviera sentido. Y ahí está la clave de la esperanza: el sentido de la vida actual no se encuentra en el presente sino en el futuro. No faltarán quienes, por esto, nos acusen a los cristianos de evadir el presente, de resignarnos con los males actuales, de ser cobardes para no buscar un cambio.
En el tema de la esperanza, el Cristianismo tiene una gran lección que darnos. Dios nos ha encomendado el presente como tarea, pero el presente no conlleva la felicidad plena, pues ésta vendrá hasta el final. Hay que aprender la lección: el presente es para preparar el futuro, no para quedarse en él. Entonces sí queda esperanza.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 19 de octubre de 2008

Finanzas familiares en crisis

Luis-Fernando Valdés

La crisis financiera de Estados Unidos nos ha tenido a la expectativa –tanto a los expertos como a los ciudadanos ordinarios– durante las últimas semanas, porque siempre está en riesgo la economía familiar y personal. Y, en este aspecto de economía doméstica, todos tenemos una especial responsabilidad, que puede ayudar o perjudicar –aunque no lo parezca– a las finanzas globales.
Ante esta situación internacional, tenemos cierto riesgo de considerar que estamos exentos de responsabilidad, porque la crisis fue producida por factores totalmente ajenos a nosotros. Ciertamente, los ciudadanos poco o nada participamos en la configuración del escenario financiero internacional, pero sí tenemos un importante papel en la estabilidad de la economía doméstica y, en cierto modo, de la economía del País. En otras palabras, sí está bastante en nuestras manos que nuestras familias y nuestra Nación salgan adelante a pesar de la crisis económica que se cierne sobre nuestro País. Como es lógico, me refiero a las familias que tienen un ingreso suficiente, y no a tantas que sobreviven con un ingreso mínimo desde hace mucho tiempo, incluso antes del inicio de la reciente crisis.
En nuestras manos se encuentra el recto uso del dinero. Y éste es un factor importante, que puede ayudar a sobrellevar la complicada situación económica que afecta a nuestras familias. Se trata de la mentalidad y el hábito del ahorro. Es muy frecuente que los mexicanos con posibilidades de ahorrar, gasten todo el dinero que ganan. Y de esta manera, no hay posibilidad de enfrentar ninguna adversidad que se presente en las finanzas familiares. Aunque ya se sabe que hay casos del todo inesperados, en ocasiones el gasto doméstico resulta afectado por falta de previsión, o por emplear el dinero en consumos no necesarios.
Aunque no en todos los casos, sucede que hay una mentalidad de fondo, que consiste en la búsqueda de un ritmo de vida –compras no del todo necesarias, placeres, viajes, estar a la moda, etc.– que compromete todo el salario presente y ¡futuro! Este modo de ver la vida casi siempre conlleva una actitud que no es correcta: la de gastar el dinero que no se tiene. Los mecanismo crediticios –tarjetas, préstamos, hipotecas, incluso las llamadas “tandas”– hacen disponer de efectivo, que aún no se ha ganado. Este efectivo habrá que devolverlo, y la única manera posible de cancelar la deuda es ahorrando.
Sin embargo, se ha hecho usual adquirir otra deuda para pagar los préstamos. Este mecanismo usado por los pequeños y medianos consumidores favorece la inversión y el flujo de efectivo, pero genera una cartera de deudas impagables, que terminará por llevar a la quiebra a las instituciones de crédito, y eso repercutirá en la economía del País. Por eso, no es gratuito afirmar que la crisis financiera es únicamente resultado de manejos equivocados de unos cuantos grandes inversionistas, aunque ellos lleven la mayor responsabilidad. También los ciudadanos ordinarios tienen su parte, si gastan más de lo que tienen.
Pero ¿cómo pedirle a la gente que ahorre y que no se endeude, si nos han bombardeado con publicidad que nos lleva al consumismo? ¿cómo, si nos han formado en una mentalidad que identifica la felicidad con el éxito económico? Las ideologías que fomentan el consumismo terminan por pasar una factura muy cara. ¿No será tiempo ya de que cada familia reflexione si su ideal de vida consiste o no en el “tener”, y su felicidad en el “consumir”? Es tiempo de cambiar.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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domingo, 12 de octubre de 2008

El lado ético de la crisis financiera

Luis-Fernando Valdés

Llevamos semanas de incertidumbre financiera, no sólo en los Estados Unidos sino también en nuestro País. Esta crisis ha generado muchos comentarios muy acertados de economistas y financieros. Pero, al ver cómo millones de personas se ven afectas por las bancarrotas de prestigiosos bancos y otras empresas, es el momento de preguntarnos si el mundo de los negocios está o no al margen de una responsabilidad ética.
El problema financiero, que hoy ya tiene un tamaño mundial, comenzó en los Estados Unidos, y se generó –entre otras causas– por la difusión de nuevas líneas de crédito, en especial de hipotecas que permitían, entre otras cosas, financiar todo a tasas inicialmente bajas. Este tipo de productos permitió la adjudicación de hipotecas a muchas personas que antes, por su baja calificación crediticia (bajos ingresos u otros activos para demostrar solvencia), no podían acceder a ser dueños de viviendas. Este auge de las hipotecas se denominó “subprime”.
Veamos un caso representativo. Como ahora muchos consumidores tenían dinero para comprar casas, subió la demanda de bienes raíces, con el consiguiente aumento de precio de los inmuebles. Además, en ese País, es viable obtener nuevos préstamos por la diferencia entre el valor de la casa de la que uno es dueño y lo que falte pagar de la hipoteca sobre la misma. Supongamos que mi casa vale 100 y debo 70 de hipoteca y el banco me presta 30. Pero si la demanda de inmuebles aumenta, mi casa sube de valor; ahora vale 200. Entonces le puedo pedir al banco un nuevo préstamo, ahora de 130 (200 del valor nuevo, menos 70 de deuda). Con lo cual puedo pagar mi deuda de 70 y me quedo con 60 para hacer negocios o para gastar.
Pero ¿qué pasa si mi casa empieza a valer menos? Que sigo debiendo 130 y pero como mi casa vale 100, no tengo posibilidad de obtener un crédito para reestructurar la deuda, porque la diferencia entre el valor de mi casa y la hipoteca es negativa (de menos 30). Ahora ya no tengo dinero ni para pagar mi deuda ni para invertir en otras cosas. Y esto fue lo que pasó en Estados Unidos. La Reserva Federal redujo los intereses hipotecarios, pero esta medida no fue suficiente, y sobrevino la quiebra de los bancos, que no pudieron cobrar las hipotecas vencidas.
Sin duda, el mercado de capitales presenta buenas ventajas, pues –entre otras cosas– facilita el movimiento de capital que conlleva un cierto bien social, y favorece al inversión. El problema ético radica en que una economía, basada sobre la importancia del dinero, no puede conducirse sólo por motivos de interés personal, sino en función del bien común de la sociedad.
La especulación con el dinero es lícita cuando se aspira a una ganancia justa. Pero no lo es cuando la ganancia personal pone en riesgo el bien de la mayoría. Cuando, por la ganancia de unos pocos, se ponen en riesgo –o se daña de hecho– el empleo, la vivienda y el dinero de la mayoría, esos negocios no tienen justificación ética. Es muy difícil quizá que quienes poseen grandes capitales reparen en estas implicaciones morales, pero no podemos dejar de decir que existe –en los negocios basados en la especulación– una verdadera responsabilidad ética hacia la sociedad.
Contemplar los duros efectos de esta crisis en los ciudadanos de a pie, nos hace ver que la ética debe tener una voz en los planteamientos económicos. Las teorías económicas y las grandes decisiones financieras pueden ser objeto de un juicio ético, porque siempre está implicado en ellas el bien de los individuos.

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domingo, 5 de octubre de 2008

Legalizar drogas: un fracaso anunciado

Luis-Fernando Valdés

El Presidente Felipe Calderón acaba de enviar una propuesta al Senado que plantea no ejercer acción penal contra quienes posean unas cantidades mínimas de cocaína, marihuana u opio. Quienes sean detenidos con cantidades superiores a las establecidas serán tratados como narcomenudistas y no como fármaco dependientes. Pero legalizar las droga –al permitir su consumo personal– es una medida que ya fracasó rotundamente en Holanda ¿para qué aplicar una modelo perdedor en nuestro País?
A mediados de los años 70, Holanda legalizó el consumo de drogas, con la finalidad de “poner en bancarrota” a las mafias, y de “controlar” el uso de estupefacientes. Ciertamente, los precios de los enervantes disminuyeron notablemente, pero no ocurrió lo mismo con el número de consumidores. Los cárteles se fortalecieron. Y, además, llegaron unas tristes consecuencias sociales, como el “turismo de la marihuana”, que consiste en que miles de jóvenes de Francia y Alemania visitan diariamente los Países Bajos sólo para drogarse.
Rob Hessink, antiguo jefe de policía de Rotterdam, luchador de primera hora por la legalización de las drogas, se quejaba en el año 2000 que “primero empezamos tolerando centros de droga para jóvenes, después criminales se adueñaron de ellos para forrarse y ahora toleramos prácticamente la organización de redes criminales”.
Cuando Holanda permitió el consumo y venta de drogas blandas en pequeñas cantidades, una de las razones fue tener controlados los puntos de venta, mediante los llamados “coffee-shops”. Pero el resultado es que este País se convirtió en uno de los productores más grandes de heroína y cocaína. Otro de los argumentos en favor de la tolerancia fue que los jóvenes no buscarían la droga dura si se les facilitaba la droga blanda. Tampoco esto resultó porque en Holanda no hay menos adictos a la droga dura que en otros países.
El 27 de febrero de 1995, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU se pronunció en contra de la legalización de la droga. Este organismo señaló que “legalizar el consumo y tráfico de drogas significa alimentar la demanda”. Como ejemplo de las consecuencias negativas de la permisividad, el informe de la Junta describe el caso de Zúrich: “Los muchos años de tolerancia han llevado a una triste situación en que las autoridades no son capaces de controlar un problema tremendo”. Y luego añadía un dato muy importante, de cara a la rehabilitación de los drogadictos: “en definitiva, estos programas no han conseguido reducir los daños, pero sí han causado perjuicios al impedir y obstaculizar los programas de prevención”.
Además, es muy importante poner en primer plano los motivos éticos. Nunca es moralmente bueno utilizar medios malos para obtener fines buenos. No se puede hacer el mal para que sobrevenga el bien, sentencia la Biblia (Romanos 3, 8). Pablo VI enseñó con firmeza que “no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien” (Humanae vitae, 14). San Agustín lo enseñaba así: “los actos que son por sí mismos pecado, como el robo, la fornicación y la blasfemia, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos, ya no serían pecados o –conclusión más absurda– serían pecados justificados?” (Contra mendacium, 8, 18).
En el combate contra el narcotráfico, la legalización de la droga no funcionará. ¿O qué tenemos en México que haga que no repitamos los errores de Holanda? Y las consecuencias sociales y éticas serán funestas. Escarmentemos en cabeza ajena.

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