domingo, 23 de febrero de 2014

Papa y los Pentecostales: ¿ya no hay diferencias?


Año 10, número 359
Luis-Fernando Valdés

El Papa Francisco vuelve a sorprendernos. En una reunión con el Obispo anglocarismático Tony Palmer, grabó un mensaje para una asamblea de Pentecostales reunida en Texas. Luego Palmer afirmó públicamente que las diferencias ya no importan ahora. ¿El Santo Padre declaró ya la unidad de ambas religiones?

El Obispo anglicano Tony Palmer.
Aunque Su Santidad nos tiene acostumbrados a manifestar su cercanía con mucha sencillez, ha sido una agradable sorpresa que grabara un mensaje en el iPhone del Obispo anglicano, en una reciente reunión en el Vaticano, el pasado 14 de marzo.
Anthony Palmer es inglés y líder de una comunidad protestante de estilo carismático y liturgia anglicana llamada The Ark Community, integrada en una alianza de congregaciones de estilo carismático y anglicano llamada en inglés CEEC (Comunión de Iglesias Episcopales Evangélicas).
Cuenta Palmer que fue iniciativa del Papa hacer esa grabación, que le dio la vuelta al mundo porque ahí aparece el Romano Pontífice hablando en inglés, durante unos instantes, aunque luego retomó el italiano.
En el mensaje, lleno de cariño y deseos de unidad, el Papa pidió a Dios el milagro de la unidad. Y llamándolos hermanos, les solicita a los pastores pentecostales que recen por él. Días después, ellos le enviaron un video con esa oración por él.
El núcleo del mensaje, que el Papa Francisco pronunció con el “lenguaje del corazón”, está centrado en el encuentro entre hermanos, como el que tuvieron en Egipto, José (el “soñador”) y sus hermanos que lo habían vendido. Su Santidad invitó a católicos y protestantes a “llorar juntos el llanto que une”.
Con claridad, el Santo Padre afirmó que la causa de la separación han sido los pecados de todos. Pero lleno de esperanza dijo que la unidad es un milagro, que Dios ya ha iniciado, y recordó que Dios nunca hace los milagros a medias.
Todo esto es una señal maravillosa del empeño del Primado Romano y de un Obispo anglicano de buscar la unidad. En otro video, Tony Palmer afirmó (hablando perfecto italiano) que el gran obstáculo para la nueva Evangelización es la falta de unidad, como Jesús advierte en el Evangelio de Juan; lo cual es exactamente lo mismo que afirmamos los católicos.
Hasta aquí todo va muy bien. El Papa Francisco no hizo ninguna alusión a temas doctrinales (que son el punto que nos divide), sino habló desde la caridad, que es la pieza clave del ecumenismo, y pidió oraciones, que son el punto donde hoy mismo podemos ya tenemos una unidad verdadera.
El problema vino después cuando, con el buen deseo de restablecer cuanto antes la unidad, el estimado Obispo Palmer afirmó en aquella reunión de pastores pentecostales en Texas, que “ya no estamos protestando contra la doctrina de salvación de la Iglesia Católica; ahora predicamos el mismo evangelio”.
Palmer afirmó que para predicar la salvación es necesaria la unidad de los cristianos y que desde la Declaración Conjunta Católico-Luterana de 1999 sobre la “Doctrina de la justificación” ya no hay razones para la división.
En realidad, las diferencias doctrinales ahí siguen. Aunque la “Doctrina de la justificación” es importante, no es en absoluto la única cuestión que divide a protestantes y católicos (eclesiología, sacramentos, mariología, canon bíblico, etc).
Pero ahora hay algo distinto que en las polémicas de antaño: católicos y pentecostales nos llamamos hermanos, reconociendo que los fieles de ambas confesiones hemos recibido un mismo bautismo. Por esta unidad bautismal y, mediante la caridad y la oración, podremos llegar más adelante a la plena unidad que también debe ser doctrinal y ritual.

lunes, 17 de febrero de 2014

Benedicto XVI, ¿un año en la sombra?


Año 10, número 458
Luis-Fernando Valdés

Se cumplió un año de la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado romano. Ante el impacto mediático del Papa Francisco, la figura del Pontífice emérito ha quedado casi olvidada. ¿Tendrá alguna trascendencia el Papa alemán para la Iglesia? 

 
Benedicto XVI anunciando su dimisión.
Son inolvidables las emociones de aquel lunes 11 de febrero del año pasado, cuando el Papa Benedicto se dirigió en latín al Colegio de Cardenales reunidos en Consistorio y les anunció su dimisión.
Algunos, al recibir la noticia, pensamos que se trataba de una confusión o de un rumor falso, como en tantas otras ocasiones durante el Pontificado del querido Papa Ratzinger. Pero cuando verifiqué la información en la página web oficial de noticias de la Santa Sede, se me encogió el corazón: sí era verdad, el Santo Padre había renunciado.
Las siguientes jornadas fueron muy intensas: el último Angelus desde el balcón, las últimas audiencias, el viaje de despedida hacia Castelgandolfo; y los preparativos (con sus correspondientes especulaciones) sobre el Cónclave que elegiría al siguiente Pontífice.
Benedicto XVI pasó entonces varios meses viviendo en la residencia de verano de los papas, antes de volver al Vaticano, para residir en el antiguo convento situado en los jardines vaticanos, para “vivir como monje”, como él mismo comentaría después.
Sabemos por las declaraciones de su secretario personal, Mons. Georg Gänswein, que actualmente Benedicto XVI se dedica a rezar y a leer, y que, con frecuencia, en las noches, interpreta al piano piezas clásicas.
Mientras el Papa Francisco cada vez es más y más buscado por la gente, el Papa emérito se empeña en cumplir su palabra de renunciar tanto a hacer vida pública, como a llevar una vida privada entendida como dedicarse a sus propios planes: viajar, a tener reuniones, dar conferencias.
Parecería, a primera vista, que el Papa emérito pasará a la historia como un “papa de transición” entre Juan Pablo II y Francisco. También se podría tener la impresión de que el Papa alemán termina sus días de un modo gris.
Sin embargo, esta sombra voluntaria en la que el gran Joseph Ratzinger decidió pasar el resto de sus días, ya desde ahora resulta muy luminosa. Tan llena de luz como toda la vida y misión de este gran personaje.
En efecto, la misión de Joseph Ratzinger ha sido, desde joven, dar luz. Primero lo hizo desde su papel como académico de altura, que tuvo especial relieve en el Concilio Vaticano II, más tarde como Obispo de Ratisbona, después junto a Juan Pablo II y finalmente como el “Papa teólogo”.
Pero ahora sigue dando luz, desde el encierro en el que vive. El valor de aceptar sus limitaciones y de renunciar desafiando a la historia (pues en 600 años no había dimitido ningún pontífice) marca una nueva etapa para el Pontificado romano del siglo XXI.
El mensaje silencioso del Papa emérito es luminoso: él buscó primero el bien de la Iglesia que el suyo propio; y, ante su ancianidad y falta de fuerzas, prefirió renunciar para dar lugar a un nuevo Pontífice que pudiera enfrentar con más dinamismo la crisis actual de la Iglesia.
Este gesto heroico de Benedicto XVI siempre será una invitación a todos los que detentan un cargo para que examinen su actitud: si pretenden el poder por el poder, o si buscan realmente el bien de los demás.
El Pontífice emérito ha traído una revolución en la concepción del poder, entendido ahora como servicio. Esperemos que está brillante lección sirva no sólo para los futuros papas, sino también para presidentes, gobernadores, obispos, párrocos, directores de empresas, gerentes…
lfvaldes@gmail.com
http://www.columnafeyrazon.blogspot.com

domingo, 9 de febrero de 2014

La ONU amonesta al Vaticano… una vez más

Año 10, número 457
Luis-Fernando Valdés

La ONU publicó un informe que acusa a la Santa Sede de no hacer nada para evitar la pedofilia. Esta noticia apareció en los medios como un regaño de la ONU al Vaticano por incumplimiento. ¿Qué sucedió en realidad?

Kirsten Sandberg, presidenta del Comité de la
ONU para los Derechos de los Niños.
El pasado 5 de febrero, el Comité para los Derechos del Niño de las Naciones Unidas dio a conocer un informe de 16 páginas en el que reprocha al Vaticano de no haber “tomado las medidas necesarias para afrontar los casos de abuso sexual a niños y protegerles”.

Para entender este conflicto, veamos primero el contexto. En 1989, la ONU estableció un tratado conocido como la “Convención sobre los Derechos del Niño”. La Santa Sede fue uno de los primeros países en firmarlo, en 1990.

Cada cierto tiempo, los países miembros deben dar un informe sobre los derechos de los niños en su demarcación. El pasado 16 de enero, como comentamos en esta columna, el Vaticano rindió su informe, con datos contundentes, como el cese de casi 400 sacerdotes pedófilos en los últimos años.

Ahora, el Comité de la ONU publica su respuesta a ese informe de la Santa Sede. Pero, aunque el documento de la ONU coincide en sus propuestas con las líneas de tolerancia cero ya tomadas por la Sede Apostólica, más bien parece desconocer las medidas de transparencia del Vaticano implementadas en los últimos tres años.

El documento de la ONU indica que “el Comité está gravemente preocupado por que la Santa Sede no haya reconocido la extensión de los crímenes cometidos, no haya tomado las medidas necesarias para afrontar los casos de abuso sexual a niños y protegerles, y haya adoptado unas prácticas públicas que conducen a la continuación del abuso y a la impunidad de los perpetradores”.

Y pide al Vaticano que “retire inmediatamente” a todos los miembros del clero que hayan cometido abusos sexuales a menores, o se tenga la sospecha de ello, y que los entregue a las autoridades civiles, en lugar de moverlos “de parroquia en parroquia”.

Sin embargo, quienes hemos seguido este importante caso notamos que el informe se basa en acusaciones anteriores al 2005, y que no hace referencia a todas las medidas de Benedicto XVI tanto legislativas como ejecutivas, entre ellas la figura del fiscal anti-pedofilia, el reconocimiento público de esos crímenes, la remoción de no pocos obispos encubridores y la medida de entregar a las autoridades civiles a los clérigos que cometan ese crimen.

Es muy curioso que el Comité no haya tomado en cuenta el trabajo realizado por el Vaticano. El Observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, Mons. Silvano Maria Tomasi, manifestó, sobre este aspecto negativo del documento, “que parece que ya hubiera sido preparado antes del encuentro del Comité con la delegación de la Santa Sede (16-I-2014)”.

¿Qué hay de fondo? La clave de este informe es ideológica, como se pude leer en las criticas a las Santa Sede sobre la homosexualidad y sobre el aborto. Pero esto no concuerda con el texto de Convención de 1989, que en su preámbulo habla de la defensa de la vida y de la protección de los niños antes y después del nacimiento.

En este caso concreto, se puede apreciar que un Comité de la ONU utilizó una estrategia de desprestigio a la Iglesia (“no protegen de los pedófilos a los niños”), para filtrar una ideología (homosexualidad y aborto) mediante la descalificación de la postura de la Iglesia. ¿No es esto un atropello a la libertad religiosa?

sábado, 1 de febrero de 2014

Los límites de la muerte legal

Año 10, número 456
Luis-Fernando Valdés

El caso de Marlise Muñoz conmovió a Texas y a medio mundo. Estaba embarazada, sufrió una embolia que le condujo hacia la muerte cerebral. El marido y la familia de ella pidieron que fuera desconectada del respirador artificial. ¿Tenía derecho a vivir ese feto?

Marlise Muñoz, descanse en paz.

La opinión pública estuvo en vilo esperando la decisión de los jueces para mantener o no con vida artificial a Marlise, mujer texana de origen hispano de 33 años, que llevaba 14 semanas de gestación cuando tuvo una embolia pulmonar.

Marlise fue declarada en muerte clínica el 28 de noviembre, pero no la desconectaron de las máquinas que mantenían su actividad cardiaca y respiratoria hasta el pasado domingo, 26 de enero, cuando el bebé ya era un feto de 21 semanas. [Nota1, nota2, nota3]

El caso tiene varios aspectos a considerar. Primero, el dolor del marido, Erick Muñoz, y de la familia de Marlise. Sin duda, para ellos habrá sido un momento duro. Aunque no estemos de acuerdo con su decisión, no dudamos de su dolor y los respetamos sinceramente.

Después está la contraposición entre el derecho y la vida apoyada por la tecnología médica. La medicina actual es capaz de ayudar a que un bebé continúe su gestación, aunque su madre esté clínicamente muerta. Pero el derecho en Texas no tenía prevista esta situación y no pudo proteger a este nascituro.

El Hospital John Peter Smith luchó hasta el final para mantener la vida del feto, remitiéndose a una ley aprobada por el Congreso de Texas en 1989, que establece que nadie puede terminar con un tratamiento para mantener la vida artificialmente de una paciente embarazada.

Sin embargo, los abogados de la familia utilizaron una argumentación sesgada:  si la paciente está muerta, ni puede estar embarazada ni se le pueden aplicar medidas para sustentar la vida, ya que no dispone de ella. Además, sostuvieron que esa ley que ordena llevar a termino la gestación se refiere a mujeres embarazadas en estado vegetativo o de coma, no en muerte cerebral.

Esto argumentos presentan una falacia: ponen el énfasis en la madre, que ha muerto, pero no atienden al bebé que está vivo, con una vida propia. El nascituro requiere de la ayuda de su madre para ser viable, pero la vida que posee es de él.

En este caso, la tecnología podía mantener artificialmente las funciones vitales de la madre, para que el hijo sobreviviera. Y una vez que el feto fuera viable, se podía realizar una cesárea y sólo entonces desconectar a la madre fallecida.

El juez R. H. Wallace de Fort Worth (Texas) dio la razón a la familia el pasado viernes y obligó al centro médico a desconectar a la paciente. Wallace declaró: “Respeto los argumentos del hospital tratando de seguir la ley, pero sus secciones no son aplicables para alguien que esté muerto”.

La clave para entender este caso consiste en no confundir lo legal con lo moralmente correcto. Desconectar a Marlise fue legal pues un juez lo ordenó. Pero no fue una acción éticamente buena, ya que no se respetó la vida de un nascituro. El juez se empeñó en respetar la letra de la ley, pero no su espíritu: defender la vida nasciente.

No es una acción moral sacrificar al feto para permitir que la madre terminé el proceso de morir. Si esta persona no hubiera estado embarazada, sí hubiera sido lícito no prolongar artificialmente su vida. Pero aquí había un tercero involucrado.

No pretendemos juzgar a su marido, ni añadir más dolor a su duelo. Pero ojalá hubiera habido alguien que le hubiera dicho fraternalmente al oído: “es cuestión de unas pocas semanas más, ¡vale la pena!”