martes, 13 de marzo de 2012

Primera Encíclica: “Dios es amor”


Conoce al Papa, n. 13
Luis-Fernando Valdés


En la Navidad del 2005, primer año de su Pontificado, Benedicto XVI publicó su primera Encíclica. Había gran expectativa de que hablaría el nuevo Papa, y fue una gran sorpresa que el tema fuera el amor. “Deus Caritas est” (“Dios es amor”), fue el título del documento. Y desde entonces el eje de las enseñanzas del Santo Padre ha sido el amor a Dios y el amor al prójimo, porque “así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida” (cfr. Deus Caritas est, n. 1).

El mensaje de esta primera Encíclica es de la máxima importancia tanto para la Iglesia como para la comunidad internacional, ya que el amor “siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (cfr. n. 28b).

La gran novedad fue que Benedicto XVI dialogó con Nietzsche, quien objetaba que si la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida. Y el Pontífice responde que la Iglesia no condena el amor, sino que lo custodia para que no se desvirtúe y siga siendo auténtico.

El Santo Padre explica que el amor personal tiene dos aspectos. Uno es la atracción, llamada por los griegos “eros”, y el otro es la entrega desinteresada, conocida como “ágape”. Actualmente, algunas personas suelen reducir el “eros” al mero impulso sexual. Pero esa visión, enseña el Papa, implica “una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico” (cfr. n. 5).

En cambio, el desarrollo del amor “hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza”, explica el Santo Padre, conlleva el que “aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del ‘para siempre’ ” (cfr. n. 5).

Por otra parte, la sociedad tiene necesidad del amor y, por eso, Benedicto XIV exhorta al “ejercicio del amor, por parte de la Iglesia”, pues ésta es una “comunidad de amor” (cfr. n. 19). El Papa describe en tres rasgos la manera como los católicos deben vivir esa dimensión social del amor. En primer lugar, el objetivo no es sólo “profesionalizar” los servicios asistenciales, sino retomar la dimensión religiosa del servicio a los demás. “Se trata de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente suscitando en él el amor por el prójimo” (cfr. n. 31a).

En segundo lugar, el Obispo de Roma nos recuerda que el amor no es un medio, sino un fin. Por eso, “la actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas” (n. 31,b).

Y, finalmente, el Santo Padre señala que el amor es gratuito. “La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos” (cfr. n. 31c).

Con esta primer Encíclica, Benedicto XVI derrumbó muchos de los prejuicios iniciales sobre su pontificado.  El que era considerado como el  “gran Inquisidor”, rápidamente se posicionó como el “Papa del amor”. Pero no hubo una ruptura entre la postura del Prefecto Ratzinger y el discurso del Papa Benedicto sino una gran continuidad, porque quien custodia con firmeza la Doctrina de la Fe debe ser fiel al mensaje central del cristianismo: que “Dios es amor” (1 Juan 4, 16).

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