lunes, 8 de julio de 2013

Bergoglio, obispo jesuita


Serie: Quién es el Papa Francisco, n. 7
Luis-Fernando Valdés
Antonio Briseño

Fue llamativo que los cardenales eligieran a un Papa latinoamericano. ¿Qué vieron ellos en el Card. Bergoglio que los demás no conocíamos? ¿Cómo obtuvo el Cardenal bonaerense ese prestigio ante los electores del Cónclave?
 
Jorge Mario Bergoglio fue
nombrado obispo en 1992.
Después de una especie de periodo sin actividad de gobierno (1986-1991), el Cardenal de Buenos Aires, Antonio Quarracino, lo llamó para que fuera su obispo auxiliar. Y el 20 de mayo de 1992, recibió el nombramiento episcopal por parte de Juan Pablo II.

El ahora Papa Francisco recordaba ese momento: “El que era Nuncio Apostólico en ese momento, monseñor Ubaldo Calabresi, me llamaba para consultarme acerca de algunos sacerdotes que, seguramente, eran candidatos a obispo. Un día me llamó y me dijo que esta vez la consulta debía ser personal. Como la compañía aérea efectuaba el vuelo Buenos Aires-Córdoba-Mendoza y viceversa, me pidió que nos reuniéramos en el aeropuerto mientras el avión iba y volvía de Mendoza. Fue así que conversamos allí –era 13 de mayo de 1992–, me hizo una serie de consultas de temas serios y, cuando el avión, ya vuelto de Mendoza, estaba próximo a despegar de regreso a Buenos Aires y avisan que los pasajeros deben presentarse, me informa: ‘Ah… una última cosa… fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y la designación se hace pública el 20…’ Así nomás me lo dijo” (S. Rubin – F. Ambrogetti, El Papa Francisco, 2013, pp. 126-127).

Nuestro jesuita recibió recibe la ordenación episcopal, el día 27 de junio, en la catedral de Buenos Aires. Al poco tiempo fue nombrado Vicario episcopal de la zona de Flores. Y al año siguiente, el 21 de diciembre de 1993, recibió el encargo de Vicario General de la arquidiócesis porteña.

Cuatro años después, Mons. Bergoglio fue promovido como arzobispo coadjutor de Buenos Aires, es decir, como futuro sucesor del Card. Quarracino (3 junio 1997). El el Obispo jesuita recordaba que: “… el 27 de mayo de 1997 a media mañana me llama Calabresi y me invita a almorzar. Cuando estábamos por el café, y yo me aprestaba a agradecerle el convite y despedirme, veo que traen una torta y una botella de champagne. Pensé que era su cumpleaños y casi lo saludo. Pero la sorpresa sobrevino al preguntarle. ‘No, no es mi cumpleaños –me respondió con una amplia sonrisa–, lo que pasa es que usted es el nuevo obispo coadjuntor de Buenos Aires” (Ibídem, p. 127).

Nueve meses antes de la muerte del cardenal Quarracino (28 febrero 1998), Mons. Bergoglio fue nombrado arzobispo primado de Argentina.  Más tarde, en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, Juan Pablo II lo creó cardenal.

El prestigio del Card. Bergoglio creció, en octubre de 2001, cuando fue nombrado Relator General adjunto para la décima asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, dedicada al ministerio episcopal. Fue encargo recibido en el último momento en sustitución del cardenal Edward Michael Egan, arzobispo de Nueva York, quien tuvo que volver a su país a causa de los ataques terroristas del 11 de septiembre.

En este Mons. Bergoglio comienzó a acaparar la atención, pues subrayó en particular la “misión profética del obispo”, su “ser profeta de justicia”, su deber de “predicar incesantemente” la doctrina social de la Iglesia, pero también de “expresar un juicio auténtico en materia de fe y de moral” (cfr. http://goo.gl/dO6KF).

Así el futuro Papa fue conocido no sólo por los argentinos, sino también por los cardenales y obispos de muchos países, que vieron en él a un obispo comprometido con Jesucristo y con la Iglesia, a un obispo cercano a la gente.

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