Luis-Fernando Valdés
El pasado 1 de septiembre se cumplieron 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Ha sido el más sangriento conflicto bélico de la historia, que dejó más de 60 millones de muertos, entre ellos unos 6 millones de judíos. Al final de esta contienda, todos afirmaron “no más guerras”, pero ¿por qué han continuado hasta hoy las guerras y los genocidios alrededor del mundo?
Las causas de toda conflagración militar son muy variadas, y entre ellas tienen especial peso los motivos geopolíticos y los económicos. Pero hay otros factores menos perceptibles, pero igualmente poderosos. Se trata de los sistemas de pensamientos, que alimentan la cosmovisión de las personas, y del ethos dominante (el sistema ético) que de hecho orienta la conducta de un pueblo.
Aunque los motivos filosóficos y éticos que propiciaron la SGM son muy complejos y no se pueden reducir a unos cuantos parámetros, estas siete décadas transcurridas sí permiten ver con claridad algunos de esos factores.
Un gran pensador francés del siglo pasado, Henri de Lubac, escribió en plena guerra “El drama del humanismo ateo” (1943), un ensayo penetrante y erudito, en el que muestra que la crueldad de esta Guerra fue reflejo de un movimiento que buscaba liberar al hombre de Dios.
Esa concepción propiciada por Feuerbach y Nietzsche plantea que el hombre no es libre mientras exista un Dios que lo tenga sometido con dogmas y leyes morales. De Lubac explica que en estas filosofías, “el hombre elimina a Dios para quedar de nuevo en posesión de la grandeza humana, que considera arrebatada indebidamente por otro. Con Dios derriba un obstáculo para conquistar su libertad” (p. 21). Pero de esa aparente liberación adviene un gran drama: el hombre sin Dios se vuelve contra el hombre. “El humanismo exclusivo (o sea, sin Dios) es un humanismo inhumano” (p. 11).
Mientras el hombre no reconozca la presencia de un Ser divino, que lo rige amorosamente con su Ley moral, siempre va a terminar sometiendo a las demás personas. Muchos hombres intentarán el rol que Nietzsche asignaba al “súper-hombre”: eliminar a los humanos más débiles.
Pero la lección tan cruel de la SGM parece no haber sido aprendida. A este conflicto mundial le han seguido conflagraciones en África, Asia, Europa central, además de las guerrillas en América Latina y Filipinas. Y las guerras del narcotráfico en Colombia y en nuestro País también se inscriben en esa triste lista.
Hoy día sigue una velada persecución contra Dios, a veces con los mismo argumentos del siglo pasado (p. ej, que su Ley impide que la libertad humana sea absoluta), a veces como prevención a una supuesta intolerancia religiosa. Sin embargo, el resultado de quitar a Dios han sido las guerras de los siglos XX y XXI.
En cambio, hoy día las religiones han purificado mucho su terminología y sus posturas, gracias al diálogo entre ellas, que se ha suscitado con motivo de la globalización. Si el encuentro inicial entre religiones fue áspero, actualmente la relación es de diálogo. ¿Acaso no fue Juan Pablo II quien reunión en varias ocasiones a todos los líderes religiosos del mundo, en Asís (Italia) para las jornadas de oración por la paz?
La lección espiritual más dura de la SGM es que el mundo sin Dios, se destruye a sí mismo. Y el gran aprendizaje es que sólo con fe en un Ser superior los humanos podemos respetarnos y amarnos entre nosotros. A diferencia de otras épocas, hoy la fe religiosa es condición ética para la paz.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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