Luis-Fernando Valdés
Se acumulan las noticias que denuncian algunas de las tragedias, que día a día ocurren a los emigrantes centro-americanos, que pasan por nuestro País buscando llegar a los Estados Unidos. Es bien sabido que estos viajes tienen un alto costo en dólares, pero ¿es el único precio que deben pagar los emigrantes?
En las últimas dos semanas, varios tristes sucesos han logrado tener un espacio en la cobertura informativa nacional. En nuestra frontera sur, por ejemplo, se descubrió una red de trata de blancas, que unas inmigrantes de Costa Rica –“contratadas” como modelos– tuvieron el valor de denunciar.
Es tiempo de mirar hacia el sur. La colindancia de nuestra Nación con los Estados Unidos nos ha convertido en un puente obligado, por donde tienen que pasar necesariamente los emigrantes de América Central y de algunas zonas de Sudamérica, que van en tránsito hacia el país del norte. Cruzar este “puente” es demasiado caro: los migrantes ponen en juego su dignidad humana y su libertad.
Los problemas de estos itinerantes son muy graves y nada fácil de resolver. Recientemente, Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de la Casas, Chiapas, denunció los abusos y secuestros contra los indocumentados centroamericanos que entran al País por el municipio de Palenque. El Prelado comentó que existe una red ligada al narcotráfico, que se dedica a pedir dinero a los parientes de los ilegales para liberarlos, luego de que los bajan del tren donde viajan con rumbo al “sueño americano”.
Este fenómeno migratorio nos sitúan ante un desafío nada fácil, porque tiene muchas implicaciones en diversas áreas de la vida pública: económica, social, política, sanitaria, cultural y de seguridad.
Ciertamente, existen ya iniciativas gubernamentales y organizaciones privadas que hacen grandes esfuerzos por ayudar a los migrantes. Pero los ciudadanos de a pie también tenemos un papel y una responsabilidad ante el desafío de la migración. Se trata de cobrar conciencia de este fenómeno social, y asumirlo como parte de nuestra visión del mundo, de manera que no despreciemos ni discriminemos a los extranjeros que llegan a nuestro País, buscando nuevas oportunidades para vivir.
Para este cambio de paradigma, podrían ayudar las siguientes consideraciones. Primero, la globalización ha abierto los mercados, pero no las fronteras; ha derrumbado las barreras a la libre circulación de la información y de los capitales, pero no lo ha quitado en la misma medida los muros que impiden la libre circulación de las personas.
Segundo, la migración no es un fenómeno malo en sí mismo. Pensemos que las naciones más prósperas se han forjado, en una buena medida, por el esfuerzo –tanto manual como intelectual– de sus inmigrantes, como ha sucedido en Estados Unidos y Canadá. Además, la presencia de migrantes en países ricos favorece el envío de remesas a las naciones menos desarrolladas.
Y tercero, debemos reconocer que hoy día vivimos –en palabras duras de la Santa Sede– un “nuevo capítulo de la esclavitud” (cfr. Instrucción “Erga Migrantes”, 3.V.2004, n. 5). Por eso, es importante que cada mexicano tenga la convicción de que los trabajadores migrantes no pueden ser considerados como una mercancía, o como mera fuerza de trabajo, y que, por tanto, no deben ser tratados como un factor de producción cualquiera. Todo emigrante goza de derechos fundamentales inalienables que deben ser respetados en cualquier situación.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión