Luis-Fernando Valdés
El viernes pasado concluyó la visita pastoral de Benedicto XVI a Tierra Santa. El viaje estaba cargado de expectativas, especialmente en cuanto a la paz. ¿Cómo podría el Papa hablar de la paz tanto a Israelíes como a Palestinos, que llevan casi sesenta años en conflicto bélico?
Apenas arribó el lunes (11 de mayo) a Israel, el Santo Padre afrontó de inmediato temas más polémicos: primero la paz y la seguridad, luego la Shoah y el antisemitismo. Para muchos de sus críticos el Pontífice abordaría de modo superficial para no despertar polémicas. Pero Benedicto XVI se mostró sorprendentemente original, en un caso y en otro. Veamos sus mensajes referentes a la paz.
En primer lugar, el Papa habló de la paz, pero no desde la política sino desde la fe. La paz está ligada a “buscar a Dios”. Y también tocó el tema de la seguridad, tan necesario hoy mismo para Israel, y lo desarrolló a partir de la palabra bíblica “betah”, que significa “seguridad”, pero también “confianza”: una no puede estar sin la otra.
Días más tarde (14 de mayo), Benedicto XVI les recordó a los líderes religiosos de Galilea que “en el corazón de toda tradición religiosa se encuentra la convicción de que la paz misma es un don de Dios, aunque no se pueda alcanzar sin el esfuerzo humano”.
De aquí surgió una nueva explicación para el advenimiento de la paz. Se trata de reconocer que “el mundo no es nuestra propiedad, si no más bien el horizonte en el cual estamos invitados a participar del amor de Dios y a cooperar en guiar el mundo y la historia bajo su inspiración”. No habrá paz entre las naciones, mientras no se reconozca que las decisiones humanas se han de conformar a las leyes del Creador.
Y en su de despedida de Israel (15 de mayo), Benedicto XVI dio una gran lección de valentía, y de exquisita diplomacia. Se manifestó como amigo tanto de los israelíes como de los palestinos, y con gran claridad exhortó a la paz a ambos pueblos. Y, con gran convicción, dijo al Presidente de Israel: “Permítame lanzar este llamamiento a todas las personas de estas tierras: ¡Nunca más derramamiento de sangre! ¡Nunca más enfrentamientos! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra!”
Luego el Papa abordó un tema, que es una herida sangrante: el derecho de ambos pueblos a ser reconocidos como países. Como es sabido, las naciones árabes no reconocen Israel. Por eso, el Pontífice exhortó a “que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad en el interior de sus fronteras internacionalmente reconocidas”.
De igual manera, Palestina actualmente padece unas circunstancias que le impiden consolidarse como nación. Y por eso el Santo Padre pidió “que sea igualmente reconocido que el pueblo palestino tiene el derecho a una patria independiente, soberana, a vivir con dignidad y viajar libremente”.
El significado de este viaje papal y de los discursos sobre la paz es muy grande. Primero, nos enseñan que Dios es un punto obligado para hablar de la paz: hay que reconocer el plan de Dios según el cual los hombres fuimos creados para convivir. También nos muestra que la fe cristiana posee elementos válidos para contribuir a la paz. Y otra grata conclusión es constatar la talla intelectual, la altura moral y la experiencia diplomática de Benedicto XVI, que lo han llevado a sacar adelante el reto más grande de su pontificado: hablar de la paz a dos naciones en conflicto.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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