Año 7, número 302
Luis-Fernando Valdés
La perenne discusión entre ciencia y ética ha abierto recientemente un nuevo episodio. Son las personas concebidas mediante la donación de esperma las que cuestionan hoy las consecuencias de ese método. ¿Se vale todo para engendrar a un ser humano? ¿Hasta dónde puede llegar el deseo de paternidad y maternidad?
Recientemente me he encontrado artículos, en portales Internet, que tratan sobre el impacto psicológico que reciben las personas, al enterarse de que fueron engendradas mediante fecundación asistida o “in vitro” (FIVET) con gametos anónimos tomados de bancos de esperma.
Esos artículos se han escrito con motivo del lanzamiento del portal AnonimousUs.org, que publica historias reales de donadores de gametos y de personas concebidas de esa manera, y que tiene por política cuidar la dignidad tanto de los afectados como la de sus familiares.
Alana Stewart, fundadora de AnonymousUs.org |
La fundadora de este portal es Alana Stewart, de 24 años nacida en San Francisco, California, que fue concebida con el esperma de un donador anónimo. Busca compartir estas historias para que las personas tomen conciencia de lo que implica la decisión de engendrar un hijo, por medio de este procedimiento, sin dejarse influir sólo por los motivos comerciales que sostienen a las clínicas de FIVET.
Leyendo los testimonios que ahí se publican, impresiona mucho ver cómo esos niños, desde que se enteran que fueron concebidos por un anónimo donador de semen, siempre desean saber quién es su padre biológico.
Y sigue luego una desgarradora vida personal, pues esas personas así engendradas se cuestionan mucho el amor de los padres que los ha criado, y si se les ha respetado como seres humanos.
Ignacio Aréchaga habla de los “huérfanos genéticos” y recoge, por otra fuente, la dura declaración de una muchacha de Estados Unidos, concebida por este método explica que “es hipócrita que tanto padres como médicos supongan que a los ‘productos’ del banco de semen no les interesa conocer sus raíces biológicas, cuando es el vehemente deseo de tener descendientes biológicos lo que hace que los clientes recurran a la inseminación artificial”.
Este deseo de conocer al padre biológico está presente también en las personas que han crecido bien, con un padre adoptivo al que aman. Insisten en que no desean pedir que el donador las reconozca, sino sólo saber quién es. Y, en algunos casos, el golpe ha sido duro al conocerlo, pues han descubierto que eran personas alcohólicas o que tenían vidas muy desdichadas.
Esto nos lleva a pensar que la ciencia –y el comercio de la técnicas de fecundación asistida– tienen un límite. Y esa frontera infranqueable son los niños y su derecho a ser concebidos por el amor espiritual y sexual de sus propios padres.
Como las técnicas de procreación artificial son recientes, todavía no conocíamos las consecuencias reales en las personas reales. Pero ahora vemos que la alegría de concebir un hijo, no justifica el trauma psicológico que se le ocasionará ese hijo.
Todo queremos que los matrimonios puedan tener hijos. Y nos solidarizamos con el dolor de quienes no pueden concebirlos. Sin embargo, hay que decirlo con fuerza: el deseo natural de paternidad y maternidad no se convierte en un derecho a tener un hijo a cualquier precio. Por el contrario, ahora nos queda claro que es superior el derecho del niño a tener una adecuada salud emocional.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://www.columnafeyrazon.blogspot.com
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