Luis-Fernando Valdés
En días recientes, las fuerzas del Gobierno Federal abatieron al líder de la “Familia michoacana”, Nazario Moreno González. Esta noticia ha puesto de relieve que este cártel opera como una organización religiosa. El narco ha invadido también la fuente de ideales por antonomasia: la fe. Esto es alarmante.
Este modus operandi de la “Familia” ya era conocido. Fundada en el 2006, era dirigida por Moreno González. Junto a él estaban 12 capos, llamados “apóstoles”, los cuales constituyen la cúpula de la banda armada.
Nazario Moreno, conocido también como “El Chayo” o “El Doctor” era el encargado de adoctrinar, como si fuera un ministro religioso, a casi 300 sicarios, pues esta organización criminal combina el fundamentalismo religioso con la extrema violencia, como parte de lo que llaman su “trabajo social”.
“El Chayo” escribió un texto religioso que sirve para adoctrinar a los que ingresan a ese cártel. A pesar de tener una “biblia” propia, la crueldad es la nota característica de esta banda, que suele decapitar a sus víctimas, a nombre de la “justicia divina”.
El narcotráfico ha ido invadiendo las diversas esferas de la vida social: el comercio, la música, páginas de Internet; también se infiltrado en las instituciones políticas: gobernantes, policías y militares. Pero ahora ha tomados una dimensión peor, al suplantar dos importantes instituciones: el narco ha formado un ejército propio bien entrenado y ha instituido una nueva religión.
Dar a los hombres una religión falsa es una acción especialmente mala, porque el ser humano está diseñado para creer en el Dios verdadero, y a cambio se le hace adorar a un ser que no es divino: lo hacen caer en la superstición.
Pero imponer una religión como parte del entrenamiento para los sicarios, que son asesinos a sueldo, es una acción todavía más grave y criminal. Primero, porque de esta manera violan la conciencia de esos sujetos, al imponerles una creencia religiosa; y también porque corrompen el ámbito más profundo de los seres humanos.
La religión está vinculada con el modo de vida de los hombres, de manera que sus creencias religiosas determinan sus ideales y su modo comportarse. Cuando se utiliza la religión para justificar una conducta criminal y sádica, se instrumentaliza la dimensión más sólida de las personas: sus convicciones, su capacidad de sacrificio, sus anhelos, sus esperanzas.
Como hemos sido creados para buscar a Dios y para identificar nuestra voluntad con su plan amoroso, todos los humanos sentimos la profunda convicción de cumplir la misión divina para la cual nacimos. Pero esta misión siempre es de amor, de paz, de armonía y respeto.
En cambio, el fanatismo religioso consiste, entre otros aspectos, en considerar como misión divina el destruir a los demás. Entonces, a nombre de Dios se tortura y se mata a los que estorban a los supuestos planes celestiales.
Éste es el peor de los males: engañar a una persona, para que piense que hacer una acción delictiva (asesinar, robar, destruir) es algo bueno y santo; para que crea que se ganará la felicidad eterna mediante actos que dañan a los otros.
La conciencia moral es la “herramienta” humana más poderosa para hacer el bien y evitar el mal. Es el único freno que nos puede detener de realizar el mal. Por eso, el peor de lo males es distorsionar la conciencia, porque entonces el ser humano ya no tiene manera de detenerse y de arrepentirse de sus delitos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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