Luis-Fernando Valdés
Hace doscientos años sonaron las campanas de la Iglesia de Dolores, Guanajuato. Pero hoy la esperanza ya no resuena tanto en los corazones de los mexicanos. Daremos “el grito” y acudiremos al desfile, pero ¿por qué no hay una profunda alegría en el ánimo de todos?
La Campana de Dolores Hidalgo, considerada un símbolo patrio. En la imagen: una réplica fiel.
Con motivo de este Bicentenario, hay una pregunta que da cierto temor formular: ¿nos sentimos plenamente orgullosos de ser mexicanos? La respuesta puede ser tan profunda como se guste, pero vayamos a lo que indica el sentido común.
Una persona está contenta con su nación, cuando ésta le brinda raíces, de manera que esa persona se sabe y se siente parte de una historia, de una tradición, de una lengua, de unas creencias.
Pero en México hemos crecido con raíces deficientes, porque nos han enseñado la historia según la ideología dominante de turno, y no tenemos claro nuestro pasado. Por eso, ¿quién se siente heredero de los mexicanos del siglo XVIII?
Las personas están orgullosas de su país cuando tienen un ideal común, que los une y les da sentido de pertenencia, que les da un sentido de misión compartida por todos. Pero en nuestra patria, hoy no está claro lo que nos une, pues no hay un proyecto de nación, por el que todos los mexicanos vibremos.
Vemos, en cambio, un abismo entre los políticos y los ciudadanos de a pie. La estructura familiar ya no es un valor común, ni tampoco lo son las virtudes humanas básicas: la justicia, la veracidad, la honestidad. Es duro afirmar, en ese sentido, que hay “muchos Méxicos”, porque no hay un México común.
Por estas razones –raíces desconocidas y falta de unidad– y otras más, es difícil que los mexicanos estemos plenamente felices, y es complicado que tengamos certeza sobre nuestro futuro.
¿Qué se puede hacer ante este panorama? –Debemos fomentar la esperanza.
La esperanza verdadera proviene de una visión trascendente de la historia, es decir, de la convicción de que la historia tiene una explicación que permite superar lo efímero de los acontecimientos diarios.
Esa explicación de la historia se apoya en dos elementos: en una visión sobrenatural de la historia (“este mundo no se explica a sí mismo, sino que Dios debe estar detrás, y Él hará justicia y nos dará la paz”), y en un sentido de misión común (“nuestra Patria juega un importante papel moral en el conjunto de las naciones”).
Curiosamente, ésa era la visión de los mexicanos de finales del s. XVIII; ésa era la mentalidad de Hidalgo, Morelos, Guerrero e Iturbide. Creían en que Dios, mediante la aparición de la Virgen de Guadalupe, le había dado a México un papel singular entre el resto de los países (una especie de “destino manifiesto”). Se sentían orgullosos de su País, y ese espíritu los llevó a realizar la gesta que celebramos.
Cada 16 de septiembre debería ser la ocasión para conectarnos de la mentalidad de los fundadores de nuestra Nación (incluidos los del s. XVI), de renovarnos en la misión común de nuestro Pueblo, para sentirnos orgullosos de ser hijos de este País.
Por eso, este Bicentenario nos deja con una tarea muy ardua, que la debemos sacar adelante los ciudadanos, no sólo los gobernantes: conocer nuestra historia penta-centenaria y reconciliarnos con ella; retomar los valores morales profundamente humanos y cristianos que la han iluminado; y, desde nuestro presente plural, iniciar un proyecto de nación común a todos. Ojalá que el repique de las campanas del próximo día 16 nos enlace con aquella visión de la historia de los Padres de la Patria, pues eso sí nos llenará de esperanza.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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Me parece que la esperanza no necesariamente proviene de la fuente que usted especula en el siguiente párrafo, que cito:
ResponderBorrar"La esperanza verdadera proviene de una visión trascendente de la historia, es decir, de la convicción de que la historia tiene una explicación que permite superar lo efímero de los acontecimientos diarios."
Parece que uno podría sentir esperanza sobre su futuro individual y consonante con el de la nación en la que vive, si pudiera creer que esos dos futuros pueden deparar cosas benignas cuya realización depende enteramente de nosotros, quienes la conformamos. Así, uno sentiría esperanza si notara que se puede desenvolver en su país, y éste país a su vez puede desarrollarse, de tal manera que ambos desarrollos no se contrapongan, sino que se complementen para llegar a un futuro mejor.
Esta manera crear el sentimiento de esperanza no necesita postular una teleología secreta, para cuya evidencia no tenemos más que hipótesis religiosas o la hipótesis de un determinismo global demasiado exigente. Además, puede implementarse en una nación laica, donde la pluralidad de creencias (incluyendo las creencias de los ateos, o de los que no practican ninguna religión institucional) es un hecho.
Saludos