Luis-Fernando Valdés
El mes de marzo siempre nos trae una festividades muy entrañables. El primer domingo de este mes fue el “Día de la familia”, y el día 8 fue el “Día de la mujer”. Ambas celebraciones nos hablan de la vida y de la familia, que son las bases sólidas de nuestra civilización. Sin embargo, hay quienes confrontan la maternidad con la condición femenina. ¿Será verdad que la maternidad se convierte en una cadena para las mujeres?
Hoy día las mujeres gozan de un mejor reconocimiento a su especial condición, por parte de la sociedad, y esto se ha visto reflejado en la legislación de muchos países. La historia de esta valoración ha sido larga, y aún hay mucho que camino por andar.
La condición femenina es muy rica, e incluye dos aspectos que no son fáciles de integrar: la gran capacidad para realizar cualquier labor (académica, profesional, política, etc.) y la maternidad. Esta complicada integración ha dado lugar una situación polémica.
Por una parte, los grupos feministas radicales consideran que la mujer no puede ser plenamente libre, mientras no se desligue la maternidad de la condición femenina. Mientras la mujer sea la que tiene el rol de gestar y dar a luz, dicen estas facciones, siempre estará subordinada al varón y sometida a las labores del hogar.
Por otra parte, esta visión no es compartida por todos. Al contrario, la vida diaria nos muestra que la gran mayoría pensamos que, hoy día, la mujer tiene un papel muy importante en todos los ámbitos de la vida, y que la mujer puede destacar en la esfera pública sin confrontarse con la maternidad.
Pero equilibrio es un reto, pues la experiencia nos enseña que hoy día no existen las condiciones suficientes para que una mujer pueda desarrollar plenamente sus talentos laborales y cívicos, al mismo tiempo que viva su maternidad.
En la práctica, una mujer que tiene que trabajar para poder mantener a su familia, se enfrenta hoy al duro problema de una menor dedicación de tiempo a sus hijos. Pero estas circunstancias no se deben a una supuesta subordinación al varón, sino que son el resultado de algunas deficiencias de las leyes laborales actuales.
Una de las voces más destacadas a favor de la mujer fue, sin duda, Juan Pablo II. Este recordado Pontífice apoyó tanto la participación de las damas en el ámbito social y político, como la valoración de la maternidad. Y denunció que los mecanismo de las actividades económicas no siempre toman en cuenta las peculiares exigencias de la mujer.
Este gran Papa también exigía “respetar el derecho y el deber de la mujer-madre a realizar sus tareas específicas en la familia, sin estar obligada por la necesidad de un trabajo adicional”. Y cuestionaba a fondo el sistema económico actual: “¿Qué ganancia real tendría la sociedad –incluso en el plano económico–, si una imprudente política del trabajo perjudicara la solidez y las funciones de la familia?” (Alocución, 20.VIII.1995).
El Papa Wojtyla buscó la solución a la dialéctica “mujer o maternidad”, y por eso insistía en que la tutela de la maternidad “no puede servir de coartada respecto al principio de igualdad de oportunidades de los hombres y de las mujeres, también en el trabajo extra familiar” (íbidem).
La sociedad de hoy necesita superar el feminismo radical (que opta por una sola dimensión de la mujer), y requerimos de un “feminismo incluyente”, que sepa reconocer y favorecer a quienes han escogido ser “mujer-madre-trabajadora”, y que luche por insertar este rol en el esquema social, laboral y legislativo del País.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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