domingo, 7 de octubre de 2007

Ciudadano y cristiano, hacia una nueva armonía

Por Luis-Fernando Valdés
Publicado el 7 de octubre de 2007

En nuestra sociedad mexicana, pervive una separación entre el cristianismo y la vida civil. Esta situación ya centenaria presenta como una situación incompatible el vivir armónicamente como ciudadano y como cristiano. Sin embargo, en el santoral católico ayer celebrábamos a Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, que con su vida y sus enseñanzas ha mostrado una tercera vía, donde se armonizan la fe y la legítima autonomía de las realidades seculares.
La dialéctica en las relaciones de la Iglesia con el Estado es un drama de más de siglo y medio, en el que se pueden distinguir tres fases. La primera es la llamada “cuestión romana”. Pío IX, ante el intento de Víctor Manuel de unificar Italia, defendió los Estados Pontificios como un territorios del Papado. Defendía el poder temporal del papado, porque este Papa buscaba el indispensable soporte temporal para el libre ejercicio del poder espiritual. Por eso, para Pío IX era necesario defender los territorios pontificios de la invasión del naciente Reino de Italia, para garantizar la libertad de la Iglesia. Los liberales italianos sostenía, por el contrario, que la Iglesia debía ser una institución libre, pero “dentro” del Estado Italiano, es decir, como una institución más regida por las leyes civiles de la sociedad italiana.
En una segunda etapa, Pío XI –que también defendía que la Iglesia necesitaba “la plena libertad e independencia del poder civil en el ejercicio de su divina misión”– resolvió la “cuestión romana”. Comprendió que basta contar con un mini-Estado (la actual Ciudad del Vaticano), y así quedó establecido en los Pactos Lateranenses que la Santa Sede firmó con el Estado Italiano. De esta manera consiguió para el Vaticano la consistencia de un Estado, para no depender de otro.
En esta segunda fase, Pío XI buscó asegurar no sólo la libertad de la Iglesia, sino también la “presencia cristiana” en la sociedad civil, que facilitara la salvación de las almas. Para defender la dignidad de la persona, del matrimonio y de la familia, este Papa comprendió que no bastaba con dar documentos doctrinales, sino que los católicos debían asociarse para promover los valores cristianos, frente a las ideas laicistas o anticlericales de algunos gobiernos. Así nacieron algunos partidos políticos en diversos países, se crearon universidades católicas, etc.
Sin embargo, hay un tercer nivel en el que se explica que la relación entre los ámbitos espiritual y temporal está, no ya en un Estado temporal, político, con fronteras y ejército; ni siquiera sola o preferentemente en unas instituciones de catolicismo social –como partidos, sindicatos, etc.–, sino en el corazón mismo del hombre, en la toma de conciencia personal de la responsabilidad apostólica y social del cristiano.
Sin oponerse a las soluciones de la segunda fase, San Josemaría Escrivá fue el pionero del tercer nivel. En una celebre homilía, pronunciada hace exactamente cuarenta años menos un día, explicó esta armonía entre lo espiritual y la vida cotidiana, que había predicado desde 1928: “En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria”. Esta es una gran aportación del Fundador del Opus Dei, que permite que cada ciudadano armonice su condición de “fiel” y de “ciudadano”, de hombre leal a la sociedad civil a la que igualmente pertenece y donde se mueve.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
http: columnafeyrazon.blogspot.com

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