Año 8, número 372.
Luis-Fernando Valdés
No es frecuente
que un evento reúna a un millón de personas. Benedicto XVI lo consiguió en
Milán, para hablar de la familia tradicional. Pero, en un mundo globalizado y
multicultural, ¿no resulta un modelo difícil de alcanzar, incluso para los
católicos?
Benedicto XVI saluda a una familia, en el "Encuentro de las Familias" en Milán, 2012. |
El ambiente de
algarabía del VII Encuentro Mundial de
las Familias tuvo momentos muy emotivos por parte del Papa, como en la “Fiesta
de los testimonios”, una velada en la que una familias de cada continente le
hizo una pregunta al Santo Padre. Benedicto XVI de antemano conocía estas
cuestiones pero les respondió improvisando.
Un matrimonio
brasileño formado por Marta Maria y Manoel Angelo Araujo, dedicado a la
consultoría de parejas, abordó un tema que es una “herida” en el seno de la
Iglesia: el rechazo de la Comunión eucarística a los divorciados que se han
vuelto a casar, los cuales “se sienten excluidos, marcados por un juicio
inapelable”.
Se trata de una
cuestión clave, porque el problema de los católicos divorciados que no pueden
recibir los sacramentos va en aumento. “Estos grandes sufrimientos –dijo Manoel
Araujo al Papa– hieren en lo profundo a quien está implicado; heridas que se
convierten también en parte del mundo, y son heridas también nuestras, de toda
la humanidad”. Esta situación se tornado tan controversial, que el vaticanista
Andrea Tornielli la compara con un “cisma” dentro de la Iglesia. [Sacri
Palazzi, 3.VI.2012]
La respuesta de
Benedicto XVI era más que esperada, por tantos de sus fieles que desean
acercarse la práctica religiosa y son rechazados. ¿Pronunciaría un “anatema” en
contra de ellos?
Pero las palabras
del Papa Ratzinger fueron un alivio: sin cambiar la doctrina católica, animó a
los divorciados vueltos a casar a estar cerca de la Iglesia. “Debemos decirles
–contestó el Obispo de Roma– que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir
este amor”.
Y pidió a las
comunidades católicas que hagan “realmente lo posible para que sientan que son
amados, aceptados, que no están ‘fuera’ aunque no puedan recibir la absolución
y la Eucaristía: deben ver que aun así viven plenamente en la Iglesia”. De
manera que el cuidado pastoral de estas personas ya no puede ser tratado como
un tema “tabú”, del que no se debiera hablar.
El Papa alemán indicó
cómo debe ser la participación activa de los católicos divorciados y vueltos a
casar. Explicó que aunque no puedan recibir la absolución, pueden ser
escuchados por un sacerdote. “Además, es muy valioso que sientan que la
Eucaristía es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el
Cuerpo de Cristo. Aun sin la recepción ‘corporal’ del sacramento, podemos estar
espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. (…) Que encuentren realmente la
posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de
la Iglesia”.
Y como nos tiene
acostumbrados, Benedicto XVI no eludió el tema escabroso, sino que habló
directamente del sufrimiento que padecen los católicos divorciados y vueltos a
casar. Les pidió que aprendan a “ver que su sufrimiento es un don para la
Iglesia, porque sirve así a todos para defender también la estabilidad del
amor, del matrimonio (…). Deben saber que precisamente de esa manera
[sufriendo] sirven a la Iglesia, están en el corazón de la Iglesia”. [Ver
respuesta completa]
Más allá de los
escándalos de las filtraciones vaticanas, la figura de Benedicto XVI crece,
porque muestra que es un Pastor que facilita las exigencias de la fe a las
personas alejadas, sin traicionar la doctrina y sin prometer caminos fáciles.
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