Luis-Fernando Valdés
El 17 de enero pasado, Benedicto XVI visitó la Sinagoga de Roma. Este importante acontecimiento no tuvo tanto eco en los medios, seguramente desbordados por las noticias del terremoto de Haití, ocurrido unos días antes de esta visita. Pero el significado de este evento sigue vigente.
No era ya una novedad que un Papa acudiera a una sinagoga, pues Juan Pablo II lo había hecho en 1986, y el Benedicto XVI en Colonia (2005) y New York (2008). Sin embargo, esta visita tuvo un gran interés de diálogo interreligioso, porque al acto asistió una delegación musulmana de la mezquita de Roma.
El Papa invitó en su discurso a trabajar juntos a partir de las raíces comunes de los Diez Mandamientos. Mientras que el rabino jefe de Roma, Riccardo di Segni, se refirió a esas “visiones compartidas” en defensa del ambiente, de la santidad de la vida, de la libertad y de la paz; y añadió que se trata de un empeño que debe implicar a hebreos, cristianos y musulmanes.
El tono de la visita fue amable y cordial, con numerosos aplausos y momentos emotivos, como el saludo del Papa al ex rabino Elio Toaff, de 95 años, quien recibió a Juan Pablo II en 1986; el homenaje a la lápida que recuerda a los 1.021 judíos romanos deportados a los campos de exterminio; y el homenaje a las víctimas de un atentado a la sinagoga ocurrido en 1982.
Las referencias a los puntos conflictivos fueron más o menos explícitas, pero no determinaron el carácter del encuentro. El Papa subrayó que “la Iglesia no ha dejado de lamentar las faltas de sus hijos e hijas, pidiendo perdón por todo lo que ha podido favorecer en cualquier manera las plagas del anti-semitismo y del anti-judaísmo”.
Las intervenciones del presidente de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici, y del presidente de las Comunidades judías de Italia, Renzo Gattegna, marcan una nueva época en la relación entre judíos y católicos.
Pacifici expresó que el diálogo entre judíos y católicos “puede y debe continuar” y, por su parte, Gattegna auguró que “las diversidades no sean nunca más causas de conflictos ideológicos o religiosos, sino de recíproco enriquecimiento cultural y moral”.
Los efectos positivos no se hicieron esperar. Ya antes de la visita, Mons. Vincenzo Paglia, presidente de la comisión ecumenismo y diálogo de la Conferencia Episcopal Italiana, calificó la amistad entre judíos y cristianos como “intensa” y explicó que se trata de “una especie de obligación teológica”, porque “la fraternidad entre estos dos pueblos es parte integrante de sus respectivos credos”.
Cuatro días después del evento, el embajador de Israel ante la Santa Sede, Mordechay Lewy, publicó un par de artículos en la revista mensual judía italiana “Pagine Ebraiche”, en los que pide a sus connacionales una mayor apertura al diálogo con la Iglesia católica. Afirmó que “los católicos nos tienden la mano”, y por eso “sería insensato no aferrarla, a menos que queramos hipotecar nuestro futuro con una animosidad constante con el mundo católico”.
Los hechos se imponen a las críticas. Los esfuerzos de las autoridades católicas y judías muestran un gran deseo de diálogo, y cada vez son menos los que se niegan a esta convivencia interreligiosa. Este acercamiento entre católicos y judíos viene a cambiar una paradigma muy antiguo, que sostenía que las diferencias religiosas provocan guerras y división. Hoy ya no es así. Más aún, el diálogo entre religiones puede ser el gran motor para conseguir la anhelada paz entre los pueblos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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